06 diciembre, 2019

Buda, Dharma, Sangha: La Triple Joya del Budismo según Nāgārjuna (2ª Parte)

II. El Dharma o la Doctrina

La segunda Joya, tenida por los budistas en particular veneración, es el Dharma, la Doctrina o, como se traduce generalmente, la Ley enunciada por Buda y aprobada por su sello.
Poco tiempo antes de su Nirvāna, Buda había dicho a su discípulo Ananda que después de su completa desaparición, no podría ya contar con él: A partir de ahora, después de mi muerte, le dijo, sed para vosotros mismos vuestra propia isla y vuestro propio refugio; no busquéis otro refugio; que el Dharma sea vuestra isla y vuestro refugio; no busquéis otro refugio".
Por otro lado, Buda no designó un sucesor; fundó una orden religiosa, pero no la organizó como sociedad jerarquizada, depositaria de su enseñanza y continuadora de su obra. Una vez desaparecido Buda, sus discípulos constataron: "No hay un monje especial designado por Buda o elegido por la Comunidad y designado por los Ancianos y los religiosos para ser nuestro refugio después de la muerte de Buda, al cual podríamos recurrir a partir de entonces. Sin embargo, no estamos sin refugio, tenemos un refugio, tenemos al Dharma como refugio".

En los orígenes por lo menos, Buda no encarna todavía la Ley que ha descubierto y que ha dejado como herencia: "Yo no he creado el Dharma, dice, y tampoco lo ha creado otro. Aparezcan o no Budas en el mundo, la naturaleza de las cosas, la subsistencia de las cosas permanece estable".
Desde cierto punto de vista, el Dharma es superior a Buda: inmediatamente después de su Iluminación, Shākyamuni, que se había retirado bajo la higuera del Pastor de Cabras, tuvo la siguiente reflexión: "Está mal quedarse sin tener a nadie a quién estimar y respetar. ¿Cuál es pues el religioso o el brahmán que yo podría honrar, respetar y servir?".
No encontrando en el mundo a nadie que fuese superior a él, decidió dedicarse al Dharma que él mismo había descubierto, para honrarlo, respetarlo y servirlo.

El Dharma se confunde con la palabra de Buda "buena en el comienzo, en el medio y en el fin; su sentido es bueno, su letra es buena; ella es homogénea, completa y pura; la conducta santa se revela en ella".
En sus declaraciones solemnes los budistas proclaman que "entre las doctrinas inventadas o no, la ley del renunciamiento predicada por Buda es la mejor de todas". Su veracidad no puede ser puesta en duda, pues, se nos dice, durante el intervalo que va desde la noche en que el Tathāgata alcanzó la Iluminación Suprema hasta la noche en que entró en el Nirvāna, todo lo que él ha dicho, declarado y enseñado, es verdadero y no falso. Su palabra permanece eternamente: "El cielo caerá con la luna y las estrellas, la tierra se levantará hacia los cielos con las montañas y los bosques, los océanos se secarán, pero los Grandes Sabios no dicen nada falsamente".

La palabra de Buda se distingue por cuatro caracteres: está bien dicha y no mal dicha; es útil para la salvación y no contraria a la salvación; es agradable y no desagradable; es verdadera y no falsa.
El gran emperador Ashoka que fue el primero en realizar la unidad de la India en el siglo III antes de nuestra era, grabó en sus edictos la fórmula lapidaria: "Todo lo que dijo el Buda bienaventurado está bien dicho". Más tarde los exégetas del Gran Vehículo darán vuelta a la fórmula y proclamarán: "Todo lo que está bien dicho ha sido dicho por Buda”: era abrir nuevos campos a la exégesis.
Para conmemorar al Dharma, los budistas utilizan la vieja fórmula canónica según los términos de la cual la Ley está bien dicha, obtiene su retribución en la existencia presente, no depende del tiempo, invita a que se la examine, conduce a la meta y puede ser personalmente conocida por los sabios. El Gran 'Tratado de la Virtud de la Sabiduría, en el cual nos inspiramos ahora, permite comprender estas fórmulas.

1. El Dharma está bien dicho en cuanto se conforma a la doble verdad en la cual se debe inspirar toda sana doctrina: la verdad convencional (samvṛtisatya) y la verdad absoluta (paramārthasatya).
Algunas frases de Buda adoptan las formas humanas de razonar y de expresarse y sólo tienen valor provisorio; otras, por el contrario, van directamente a lo absoluto y deben ser tomadas al pie de la letra.
Hablar siempre a la manera de los hombres sería vano; hablar sólo de lo absoluto sería condenarse a no decir nada. Conformándose a la vez a la verdad convencional y a la verdad absoluta, la doctrina budista escapa a la incomprensión de los necios y a la condena de los sabios.

Es, así, irrefutable. Más aún, siguiendo siempre el "camino del medio" entre las posiciones filosóficas extremas, descartando por igual el laxismo y el rigorismo, el realismo y el nihilismo, la enseñanza de Buda no ofrece el flanco a ninguna crítica. De ahí esta estrofa de Nāgārjuna:

Todo es verdadero, todo es falso,
verdadero y falso a la vez;
ni falso ni verdadero a la vez:
tal es la enseñanza de Buda.

2. El Dharma les asegura a sus adeptos una recompensa en la existencia presente. Quienquiera que observe la moralidad pura está libre de remordimientos, disfruta de las delicias de la Ley, experimenta a la vez un bienestar corporal y una alegría espiritual; muy pronto su pensamiento se concentra y llega al conocimiento de acuerdo con la verdad.
Conocer el mundo es desapegarse de él. El desapego asegura la liberación, la calma, el Nirvāna. Es por eso que el Dharma da sus frutos en la existencia presente.

3. El Dharma es independiente del tiempo en el sentido de que cualquiera que lo pone en práctica llega necesariamente a la meta, al Nirvāna. Normalmente es sólo después de una larga serie de esfuerzos realizados durante numerosas existencias, que se llega finalmente al Nirvāna. Pero no es de eso de lo que se trata aquí: desde el momento en que las condiciones de la salvación han sido cumplidas, la salvación es obtenida. En este sentido el Dharma es independiente del tiempo y de las circunstancias.

4. El Dharma que ha definido el camino de la salvación conduce al buen lugar, es decir al Nirvāna. Por el contrario, los sistemas heréticos, llenos de opiniones falsas, no realizan jamás el fin supremo: en la hipótesis más favorable, llevan a sus adeptos a los paraísos, pero éstos sólo son por un período de tiempo determinado, y, cuando la fuerza creadora de los méritos acumulados se agota, los seres que pueblan los paraísos son arrastrados de nuevo en la ronda de las existencias dolorosas y renacen bajo la forma de condenados, de demonios famélicos o de animales. Pero el creyente que se deja guiar por el Dharma llega al Nirvāna con la misma seguridad que una barca entregada a la corriente del Ganges termina en el gran océano.


Rueda del Dharma de ocho radios. También denominada
Dharmachakra, Rueda de la Ley o Rueda de la Doctrina,
tiene un profundo significado y se lo considera entre los símbolos
budistas más antiguos, encontrados en el arte indio.


Según Nāgārjuna, existen dos clases de Dharma: 1. la palabra de Buda tal como aparece en los textos memorizados o escritos; 2. el sentido profundo de esta misma palabra.

1. Los textos budistas recogidos en el Tripitaka, la triple Canasta de los textos doctrinarios, disciplinarios y exegéticos, se distinguen por numerosas cualidades: profundidad, claridad, seriedad, habilidad y utilidad. Profundidad, pues ellos calan en el Carácter Verdadero de las cosas, que no es sino una total inexistencia; serios, en cuanto se abstienen devanas habladurías sobre problemas filosóficos insolubles; claridad, por la manera de enfrentar y resolver las cuestiones planteadas; habilidad, por la preocupación constante de quedarse dentro del alcance de la inteligencia humana y de las formas corrientes de hablar; utilidad, por fin, porque ellos conducen a la liberación y a la salvación.

2. En cuanto al sentido profundo de la Doctrina de Buda, debe ser buscado en las cuatro verdades santas predicadas por el Maestro en Benarés y a lo largo de todo su ministerio público, verdades santas marcadas por el triple sello de la Ley.
De acuerdo con los términos de las cuatro verdades santas, todos los fenómenos psicofísicos de la existencia cuerpo, sensaciones, nociones, voliciones y conocimientos así como los mundos en que ellos se desarrollan, son transitorios y por consiguiente dolorosos, pues todo lo que pasa o está destinado a pasar es doloroso. El origen del dolor es el deseo o la pasión que vicia los actos y por un proceso mecánico provoca una retribución, desencadenando así la ronda de las reencarnaciones (transmigración). Existe sin embargo un fin para el dolor, el cual escapa a las leyes de la causalidad y trasciende toda forma de existencia e inexistencia: es el Nirvāna indefinible.
Finalmente, Buda indicó el camino que lleva al Nirvāna o, más exactamente, los medios de realizarlo. Son tres: la moralidad, la concentración del espíritu y la sabiduría.
Estas cuatro verdades están marcadas por el triple sello de la Ley: 1. Todas las cosas causadas son transitorias; 2. todas las cosas causadas y no causadas son impersonales (no son un Yo y no pertenecen a un Yo); 3. La calma es el Nirvana.

El sabio sabe que el mundo en su integridad se presenta como una sucesión de producciones y de destrucciones regidas por causas. Las formaciones que existían ayer no existen ya hoy y aquellas que existen hoy no existirán mañana. Las cosas que perecen instante a instante se reproducen, bajo la acción de las causas, siempre iguales a sí mismas, al igual que el fluir de un río o los momentos sucesivos de la llama de una lámpara. Es por eso que los profanos las consideran como entidades vivientes y permanentes.
El sabio, evitando tomar por permanente lo que es transitorio, proclama la instantaneidad de todas las cosas causadas: éste es el primer sello de la Ley.

El segundo sello plantea la tesis de la impersonalidad de todas las cosas sin excepción. Sean ellas causadas o no causadas, ellas no constituyen un yo, no pertenecen a un yo. Por definición, las cosas causadas dependen de causas y de condiciones. Ahora bien, todo lo que depende de causas y condiciones no existe en sí, no existe por sí. Por consiguiente, no hay en el interior de las cosas ningún yo sustancial, ninguna entidad autónoma capaz de conocer y de actuar.

En cuanto a las cosas no causadas, como el espacio y el Nirvāna, ellas son, por definición, sin causas ni condiciones. Por consiguiente, ellas no nacen y no perecen. No se puede concebir en relación a ellas ni apego de pensamiento ni error, y nadie piensa en tomarlas como un yo sustancial.

Finalmente, de acuerdo con los términos del tercer sello, el Nirvāna es calmo, pues el fuego de la triple pasión -amor, odio y error- está extinguido en él. Considerando que todas las cosas causadas son transitorias, el asceta no siente sino desagrado por el dolor del mundo; si busca, en las cosas causadas o no causadas, un Señor, entidad soberana a la cual él se podría apegar como a su yo, el asceta no la encuentra. Concluye así que todo es transitorio, doloroso, vacío de naturaleza propia y de característica esencial. Habiendo llegado a esa conclusión y no teniendo ningún otro refugio, él toma refugio en la destrucción, sinónimo de Nirvāna.
La destrucción no es objeto de pasión, pues ¿cómo amar u odiar o divagar sobre lo que no existe?
La ausencia total de pasión es la calma, el Nirvāna.

Llevando el razonamiento más lejos, uno se puede preguntar con Nāgārjuna y su escuela si las cosas han existido alguna vez. Naciendo de causas y condiciones, ellas no existen por sí y no existen en sí: están vacías de naturaleza propia y de caracteres específicos. Ahora bien, cosas vacías que nacen de cosas vacías, en realidad no nacen. Su aparente producción no es sino una no-producción.
El veredicto de la Sabiduría es decidir que “las cosas no nacen, no son destruidas y sólo tienen una única característica esencial, a saber, la ausencia de característica esencial”. El mundo del devenir es sólo un engaño; el Nirvāna, la destrucción, ha sido alcanzado, por derecho propio, desde siempre.
La transmigración a través del mundo de la existencia se confunde con un Nirvana total.

Frente a las vanas habladurías de los necios, la actitud de los sabios es el silencio. Pero es demasiado poco no decir nada, lo mejor es no pensar más. La supresión de la palabra, el detenimiento del pensamiento, es la serenidad.

Autor: Étienne Lamotte. Revista de Estudios Budistas Nº 1 - Abril de 1991. Asociación Latinoamericana de Estudios Budistas - Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas, y Fundación Instituto de Estudios Budistas (Argentina). Directores: Carmen Dragonetti y Fernando Tola.

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