15 junio, 2019

Los Iniciados de la India

En la India, durante cientos de años el conocimiento superior ha sido conservado por los yoguis. Estos hombres supieron encontrar en la soledad, y trabajando incansablemente sobre sí mismos, unas valiosas técnicas de interiorización, capaces de conducir al ser humano al autoconocimiento y a la transformación. Apartados de los densos ceremoniales y ritos del Hinduismo, más allá del mundo ilusorio de las apariencias, despreciando honores y riquezas, cortando sus lazos familiares y sociales, los yoguis, con denodado afán, se han dedicado desde hace siglos a la búsqueda de la verdad trascendente.
¿De qué le sirve al hombre ser dueño de todo si no es dueño de sí mismo?

El Yoga es autocontrol; autocontrol físico, mental y emocional. El Yo debe prevalecer sobre los instintos y las pasiones, sobre los pensamientos y la imaginación, sobre los sentimientos y las emociones. El Yo debe ser purificado.

Para llegar a la Liberación hay que transformarse profundamente; para poder transformarse hay que conocerse; para poder conocerse hay que descender hasta los abismos de uno mismo y tomar estrecha conciencia del mundo interior. Complejos, inhibiciones, conflictos, temores, hábitos y pensamientos negativos... El yogui debe realizar en sí mismo una gran limpieza. El adiestramiento es necesario, imprescindible. Durante años, a veces durante toda una vida o varias vidas, el yogui mantiene un tenso y abierto combate consigo mismo. No puede haber un minuto de descanso o de distracción, porque en ese caso la Liberación puede retrasarse considerablemente. La libertad interior exige un esfuerzo tal, que sólo unos pocos entre miles serán capaces de efectuarlo.

El término Yoga significa «unir» o «reunir». Unión del hombre consigo mismo -integración- y con Dios -liberación-. Es un sistema soteriológico originado en la India y que ha tenido una inmensa influencia en todo el pensamiento indio en general. Es un sistema difícil de seguir. No exige unas creencias definidas, pero sí una exhaustiva investigación del Yo. El practicante, mediante determinadas técnicas de introspección, concentración y meditación, debe despojarse del falso Yo, la personalidad, y llegar al verdadero Yo, la conciencia pura.

Los yoguis nos han transmitido una valiosa y eficaz enseñanza, que se ha ido enriqueciendo cada vez más a lo largo de los siglos gracias a la labor admirable de unos hombres que supieron sacrificarlo todo para obtener el conocimiento superior.

Para conseguir el conocimiento superior es necesario el desapego, la exploración minuciosa de uno mismo, la conciliación de los pares de opuestos (frío-calor, amargo-dulce, negro-blanco; el pensamiento dualista) y la visión intuitiva.

El yogui debe seguir un autoadiestramiento tanto mental como moral, psicológico y espiritual. Si el trabajo sobre su mente y sobre su mundo interior en general es importante, también lo es el que debe realizar sobre su conducta. Debe observar estrictamente unas normas morales y unas reglas mentales y espirituales.

A medida que el yogui va perfeccionando su conducta y ennobleciendo su espíritu debe ir entrenándose en el control de su mente. Hay que destruir los moldes del pensamiento y los conceptos erróneos, a fin de llegar al «conocimiento exacto»

Como explicaba Siddharta Gautama, el fundador del Budismo, la ignorancia es causa de muchos otros males. El Hinduismo también considera que hay que llegar al «conocimiento exacto», y el yogui va tratando de encontrar, día a día, la luz que termine por disipar las tinieblas de la ignorancia. Desapegado y dueño del «conocimiento exacto», el camino hacia la Liberación (Samadhi) será mucho más seguro; sus esfuerzos serán más fructíferos y la verdad interior relucirá con un nuevo fulgor.

Todos los esfuerzos del yogui están destinados a la persecución del Samadhi; porque él representa la Liberación absoluta —no sólo psicológica o mentalmente, sino, lo que es mucho más importante, espiritualmente, el cese de nuevos nacimientos y muertes, el conocimiento de la verdad trascendental, la obtención de una supraconciencia y la fusión definitiva con la conciencia cósmica.






El yogui encontrará muchas dificultades en su camino hacia la realización, incluso muchos riesgos, porque toda aventura espiritual es peligrosa, y mucho más aquella que pretende escalar hasta las cimas más elevadas. Pero si la caída no se produce, el yogui podrá experimentar las delicias de un mundo interior imperturbablemente sereno.

Durante muchos siglos se ha seguido la enseñanza oral y personal, y los maestros sometían previamente a sus discípulos a una significativa iniciación. Las prácticas ascéticas, el absoluto desapego, el enorme trabajo interior que tienden a la consecución de una conciencia más allá de la normal, supraconciencia, y la transmutación pueden originar graves perturbaciones en el practicante que no conozca y observe fielmente la enseñanza. Es tal el cúmulo de experiencias psicológicas, e incluso parapsicológicas, por las que debe pasar el practicante, que un paso en falso puede precipitarle en la más hermética oscuridad. Son muchas y muy variadas las técnicas, y algunas exigen cuidado, dedicación y paciencia. No es lo mismo cambiar simplemente un hábito por otro que proceder a toda una transformación de raíz. El practicante no deberá conformarse con dominar su mente consciente, sino que también deberá investigar en su subconsciente y dominar sus corrientes y sus latencias.

El Yo debe lograr su propia autonomía. Únicamente así puede surgir la libertad y la independencia interiores, tan apreciadas por el yogui. Es un dominio tal el que el practicante debe obtener, que nada debe pasar desapercibido para su conciencia, que con el entrenamiento adecuado cada vez se va volviendo más receptiva y más penetrante. Y así le será dado obtener la plenitud de la conciencia, que está más allá de las palabras y de los conceptos, que por su naturaleza es intelectualmente inaprehensible, aunque sí experimentable.

Algunos autores, hay que pensar que por un completo desconocimiento, han calificado a los yoguis de «escapistas» o visionarios. Curiosa paradoja esta de que el hombre, determinado por sus prejuicios y convencionalismos, esclavisado por sus moldes mentales y por sus deseos, condicionado por sus hábitos e inclinaciones, tacje de escapista al hombre desapegado y libre, más allá de toda turbadora apariencia. Precisamente el yogui lucha desesperadamente contra todo tipo de evasión. Y no olvidemos que hay tanto evasiones físicas como intelectuales, conscientes como inconscientes. Lo que quiere el yogui es «realizarse», sinónimo de hacerse real, es decir, ver las cosas tal y como son. Para eso hace falta un gran coraje y ser capaz de superar todo posible subterfugio mental o psicológico. Nada debe atar al practicante. Ni el placer por intenso que sea, ni el dolor por lacerante que se torne, ni ninguna clase de miedo. Ni siquiera el miedo a la muerte existe para el verdadero yogui, porque vida y muerte ¿qué son?

El hombre cultiva su intelecto, pero se olvida de cultivar su mundo interior y, aun conociendo muchas cosas, vive angustiado y acorralado por sus propios problemas mentales. Y, lamentablemente, tiene una gran facilidad para hacer de todo un problema. Vive en conflicto con todo, y puede asegurarse de él una cosa: que está sumamente lejos de ser libre.

La mente del hombre común está como aletargada, falta de vitalidad. El yogui trata de alertar su mente, de hacerla muy receptiva, hipersensible. Se esfuerza por «existir en las profundidades», y no en la superficie. Después de enérgicos esfuerzos logra la beatífica quietud de todo su ser y encuentra en ese silencio lo mejor de sí mismo, lo que todo hombre lleva dentro aunque no lo perciba, porque sabido es que el lodo oculta la pepita de oro.

Del libro Sociedades Secretas, Movimientos Iniciáticos. Editorial Arias Montano.
-Ramiro A. Calle-