31 agosto, 2017

El pensamiento de la India II

Todos los estudiosos de la filosofía Oriental coinciden en afirmar que la India antigua nos ofrece el espectáculo de la más amplia libertad de pensamiento que haya conocido la historia de la humanidad. A pesar de la rigidez de los cuadros sociales, a pesar de la organización jerárquica en castas dentro de las cuales se nacía y moría, a pesar de las exigencias rituales a las que era necesario someterse para no ser declarado impuro, el hombre indio gozó de una libertad absoluta para resolver los problemas de su espíritu y para exponer las soluciones que encontrase. La casta brahmánica, que se consideraba depositaria de una tradición eterna e inmutable, fijó en sus leyes, escrupulosamente, las sanciones de que se harían pasibles quienes violasen aquella tradición. 

Los Brahmanes se consideraban dioses, y así lo declaraban; pero la adhesión que reclamaban no iba más allá del reconocimiento de sus privilegios de casta: bastaba, para no chocar con la tradición brahmánica, admitir verbalmente la infalibilidad de los Vedas. Los Brahmanes no dejaban al hombre indio el goce de la libertad física: era preciso comer esto o aquello, saludar de esta o aquella manera; pero le abandonaban el mundo de las ideas. Todo lo fisiológico, todo lo externo estaba legislado, pero la actividad espiritual podía desenvolverse sin la coacción de las normas y sin el temor de la sanción. No había delitos de pensamiento, y esto significa que el pensador no estaba al servicio de un sistema social y ni siquiera al servicio de un sistema político. Nadie, ni en las leyes ni en los hechos, fue condenado en la India antigua por sus ideas.



Vicente Fatone en uno de sus viajes a Oriente


El filósofo aspira a ser un curador de almas; de la verdad dice que es una medicina, y de los maestros dice que son los mejores médicos. No puede extrañarnos, ahora, que la mentalidad india haya acusado a Sócrates, a Aristóteles, a Platón de no ser sino "pensadores secos y buscadores de la verdad sin ninguna inspiración amorosa hacia la multitud que sufre".
Esta aproximación entre medicina y filosofía puede ser comparada con la actitud de Descartes, quien en su Discurso y su correspondencia nos dice que había resuelto dedicar "toda su vida a adquirir de la naturaleza un conocimiento tal que le permitiese obtener normas para la medicina", pues la salud era "el primer bien y el fundamento de los bienes de esta vida". También él tuvo la preocupación por prolongar la vida sin dolores y sin decadencias, aunque terminase por confesar que en vez de encontrar los medios para conservar la vida, había encontrado otro "más fácil y seguro: el de no temer la muerte". 

Esta filosofía no se resuelve en una explicación del dolor y de la muerte que habían sido uno de sus puntos de partida: aspira a suprimirlos. En sus primeras respuestas ofrece al hombre una segunda vida en el mundo de los antepasados. Pero si esa segunda vida comenzaba, también debía tener término.
El pensamiento indio no quiso renunciar nunca a esa otra certeza: todo lo que comienza perece, aun cuando sea la vida en el mundo de los antepasados o de los mismos dioses. A lo que aspiraba era a una realidad que no tuviese comienzo. La supervivencia no ofrecía la seguridad de la liberación. 
Los distintos sistemas querían alcanzar una realidad a la que no se ingresase como intruso sino en la que ya de alguna manera se estuviese participando desde la eternidad: el hombre no podía evitar la muerte sino porque él mismo era una realidad sin comienzo, absoluta, inmutable. Hombre soy y nada divino considero ajeno a mí: este podría ser el lema de la filosofía india. 

Sea que lo absoluto se llame Nirvana o se llame Brahma, siempre se concluirá diciendo que ese absoluto es el hombre mismo y que tiene su ilustración en el espacio infinito que todo lo invade y no conoce ni nacimiento ni muerte, que no es afectable por el tiempo, y que es lo único que del mundo queda cuando al final de un período cósmico el mundo es destruido. 

El hombre indio vio en el sueño, más que una imagen de la muerte, una imagen de la salvación. En el sueño con ensoñaciones existía aún el dolor, aunque atenuado, y también existía la responsabilidad moral: en los primeros Himnos Védicos este hombre pedía a los dioses que le perdonasen también los pecados cometidos durante el sueño. En el sueño sin ensoñaciones, profundo, el espíritu subsistía y actuaba, aunque su acción no fuese consciente: ese sueño era otra de sus manifestaciones y no podía prescindirse de ella para estudiar la totalidad del espíritu. 

Por esa razón el hombre indio no quiso considerar nunca la conciencia como manifestación forzosa del espíritu y ni siquiera como su manifestación más alta. Desde las más antiguas Upanishads, los primeros filósofos se empeñaron en descubrir el sentido del sueño profundo, de esa manifestación del espíritu en que nuestro padre ya no es nuestro padre y nuestra madre ya no es nuestra madre, en que ya no es mendigo el mendigo ni es asceta el asceta y en que ni el bien ni el mal nos persiguen, porque estamos más allá de todas las ansias del corazón, sin que nuestro espíritu haya dejado de ser. 
El estado de sueño profundo, como el de sueño con ensoñaciones y el de vigilia, debían ser investigados, y la técnica Yoga fue la encargada de proporcionar un medio para provocar en rápida sucesión voluntaria todas las manifestaciones psíquicas. 
Lo importante era, para el hombre indio, no confundir el espíritu con ninguna de esas manifestaciones, aunque su tendencia más frecuente, o la primera, fue la de confundirlo con el estado de sueño profundo, porque se trataba de aquel en que el dolor no era posible y en que tampoco era posible nada de lo que caracterizaba al mundo de la caducidad y de la muerte. Pero ya en el mismo pensamiento upanishádico se insinúa que la última realidad del espíritu está más allá de los tres estados y que esa última realidad, ni consciente como la vigilia, ni inconsciente como el sueño profundo, es el objeto de la salvación que nos había movido a filosofar. 

La actitud hipercrítica, que fue convirtiéndose en la nota más importante de la filosofía india, se aplicó también a la investigación psicológica y a las técnicas que creyeron poder ofrecer la salvación mediante una gimnasia respiratoria o mediante el ejercicio que consiste en producir imágenes visuales con colores distintos a los del objeto real que ha sido percibido. Pero esa actitud no podía sostenerse indefinidamente, ni era capaz de infundir mayor vida a los sistemas: durante siglos se insistió en ella, hasta que el pensamiento pareció extenuarse. Los sistemas, ya sin un pensamiento que los animase, quedaron convertidos en esquemas, admirables por su complejidad y por su textura, pero, en definitiva, nada más que esquemas. La gran aventura del espíritu indio -una de las más grandes y hermosas del espírita humano- había terminado. En adelante sólo ofrecería una taumaturgia de feria ante la cual el mismo hombre indio sonríe con tristeza, o la labor profesional desde la cátedra, que es, sí, un justo orgullo de la India contemporánea.

Fuente:
Artículo publicado por Esteban Ierardo en su espacio web Temakel, sitio de cultura dedicado a las riquezas del mundo del Mito, el Arte y el Pensamiento.
Las presentes citas pertenecen a Obras Completas Vol. VI, Ensayos sobre Hinduismo y Budismo, de Vicente Fatone. Buenos Aires, Ed. Sudamericana, 1972.

Vicente Fatone, su bibliografía: Ensayistas y filósofos de Argentina