18 agosto, 2017

Pranayama

Lo mismo que la palabra “Yoga” tiene un amplio significado, así ocurre también con la palabra “prana”. Prana significa aliento, respiración, vida, vitalidad, viento, energía, fuerza; concepto que considera asimismo el alma como opuesta al cuerpo. Esta palabra se usa generalmente en plural para indicar “alientos vitales”. Ayama significa expansión, extensión amplia o restringida, y pranayama implica de éste modo la extensión de la respiración y su control que se ejecuta sobre todas sus bases, o sea, sobre: 1.- Inhalación o inspiración, llamada Puraka (llenado); 2.- Exhalación o espiración, que recibe el nombre de Rechaka (vaciado de los pulmones), y 3.- Retención o conservación del aliento, fase que no es ni la inhalación ni la exhalación, y que se llama Kumbhaka. 

En los textos de Hatha Yoga también se usa el término Kumbhaka en un sentido más, incluyendo las tres fases respiratorias de inhalación, exhalación y retención. Pranayama es, pues, la ciencia de la respiración, el eje alrededor del cual gira la rueda de la vida.

“Al igual que leones, elefantes y tigres deben domesticarse poco a poco y con precauciones, así también el prana debe llevarse bajo control con sumo cuidado y lentamente mediante una gradación dispuesta de acuerdo con la capacidad y las limitaciones físicas de quien lo practica, de lo contrario este será destrozado”, advierte el Hatha Yoga Pradipika (cap. II v.16). 

La vida de un yogui no se mide por el número de días sino por el número de respiraciones, por lo que adopta un tipo de respiración rítmica, lenta y profunda. Este tipo de respiración fortalece el aparato respiratorio, suaviza el sistema nervioso y disminuye las ansias y los afanes y, puesto que deseos y afanes se ven disminuidos, la mente se halla libre y constituye el vehículo adecuado para la concentración. "El verdadero Rechaka (expiración) es el vaciado total de la mente de todas sus ilusiones. En cambio, el verdadero Puraka (inspiración) es la realización del Yo soy Atma (espíritu). Y el verdadero Kumbhaka (retención) es el firme sostenimiento de la mente en esta convicción. Esto es el auténtico pranayama.”, dice Sankaracharya.


Las tres fases del Pranayama:
1- Puraka, 2- Kumbhaka, 3- Rechaka.


Kariba Ekken, un místico del siglo XVII, dijo: “Si queréis alcanzar la calma espiritual, regulad ante todo la respiración. Cuando ésta se halla controlada el corazón encuentra la paz. Pero cuando la respiración es espasmódica, entonces el corazón se hallará trastornado. Por tanto antes de intentar algo regulad la respiración mediante lo cual vuestro temperamento será suavizado y vuestro espíritu se hallará sosegado”. 
La chitta (mente, razón y “ego”) es como un carro uncido a una pareja de potentes caballos. Uno de éstos es prana (aliento), el otro vasana (deseo). El carro se mueve en la dirección del animal más poderoso. Si prevalece el aliento los deseos son dominados, los sentidos moderados bajo freno y la mente calmada. Si prevalece el deseo el aliento se perturba y el espíritu se halla agitado y en pleno desorden. O sea, el yogui, con el dominio de la ciencia de la respiración y mediante su control y regularización, obtiene asimismo el dominio de la mente de la que calma el constante movimiento. Durante el ejercicio del pranayama los ojos se mantienen cerrados a fin de evitar todo extravío de la mente. “Cuando mutuamente se han absorbido prana y manas (mente) sobreviene un indefinible gozo”. (Hatha Yoga Pradipika, cap. IV, v.30). 

La excitación emocional afecta el equilibrio respiratorio; igualmente, la deliberada regulación de los movimientos respiratorios modera la excitación emocional. Dado que el verdadero objeto del Yoga es el control y sosiego de la mente, el yogui aprende en primer lugar el pranayama para poder señorear su respiración. Ello le facilitará el dominio de los sentidos y le hará alcanzar la fase de pratyahara. 
Sólo entonces sus mente estará bien dispuesta para la concentración (dhyana). 

Del libro La Luz Del Yoga. 
-B. K. S. Iyengar-

Gotama el Buddha

La historia de la vida del Buddha es bien conocida y sólo necesita resumirse brevemente; su duración de ochenta años cubre la mayor parte del siglo quinto a. C., pero las fechas exactas de su nacimiento y de su muerte son inciertas. El príncipe Siddhattha, el único hijo del rey Suddhodana del clan Sakiya y de su reina Maha Maya, nació en Kapilavatthu, la ciudad capital de Kosala, un distrito que se extiende desde el sur del Nepal al Ganges. Al decir «rey» (Raja) no debe olvidarse que la mayoría de los «reinos» del Valle del Ganges en esta época eran realmente repúblicas sobre las que presidían los «reyes»; el procedimiento seguido en los claustros monásticos budistas corresponde al de las asambleas republicanas y al de los gremios de oficios y consejos del pueblo. 

Hasta el Gran Despertar Siddhattha es todavía un Bodhisatta, aunque éste es el último de los incontables nacimientos en los cuales él había desarrollado ya esas virtudes y conocimientos supremos que conducen a la perfección. En tanto que a un Buddha, al «Despierto» se le llama a veces por su nombre familiar de Gotama o Gautama, y esto sirve para distinguirle de los otros siete (o veinticuatro) Buddhas anteriores, Buddhas de quienes él era, más verdaderamente, el descendiente lineal.
Muchos de los epítetos del Buddha le conectan con el Sol o el Fuego, e implican su divinidad: él es, por ejemplo, «El Ojo en el Mundo», su nombre es «Verdad», y entre los sinónimos más característicos de el Buddha «Despierto» están las expresiones de «Brahma-devenido» y «Dhamma-devenido». 
Muchos de los detalles de su vida son reflejos directos de mitos más antiguos. Estas consideraciones suscitan la pregunta de si la «vida» del «Conquistador de la Muerte» y «Maestro de Dioses y de hombres», que dice que nació y fue criado en el mundo de Brahma, y que descendió del cielo para tomar nacimiento en la matriz de Maha Maya, puede considerarse como histórica o simplemente como un mito en el que se han evemerizado más o menos plausiblemente la naturaleza y los actos de las deidades védicas Agni e Indra. No hay registros coetáneos, pero es cierto que en el siglo tercero a. C. se creía que el Buddha había vivido como un hombre entre los hombres. 
No nos proponemos examinar aquí el problema, y, aunque el escritor de esto está inclinado a la interpretación mítica, se harán referencias al Buddha como si se tratara de una persona histórica. 


Buddha Gotama en el momento de su Iluminación



El Príncipe Siddhattha fue criado en el lujo en la corte en Kapilavatthu y mantenido en total ignorancia de la vejez, la enfermedad y la muerte a las que todos los seres mundanos están naturalmente sujetos. Fue casado con su prima Yasoda, y tuvo con ella un solo hijo, Rahula. Poco después del nacimiento de Rahula los Dioses comprendieron que había llegado el tiempo de que Siddhattha «saliera» y emprendiera la misión para la que se había preparado en muchos nacimientos previos, misión que por el momento había olvidado. Se habían dado órdenes de que siempre que cabalgara por la ciudad desde el palacio hasta el parque del placer, ningún enfermo o anciano y ninguna procesión funeral podrían aparecer en público. Así lo había propuesto el hombre, pero los Dioses, asumiendo las formas de un hombre enfermo, de un hombre viejo, de un cadáver y de un Mendicante religioso (Bhikkhu), aparecieron. Cuando Siddhattha vio a éstos, para él visiones extrañas, y supo por su cochero, Channa, que todos los hombres están sujetos a la enfermedad, a la vejez y a la muerte, y que solamente el Mendicante religioso se alza por encima a la aflicción que el sufrimiento y la muerte ocasionan a los demás, se conmovió profundamente. Al instante resolvió buscar y encontrar un remedio para la mortalidad que es inherente a todas las cosas compuestas, a todo lo que ha tenido un comienzo y que, por consiguiente, debe tener un final. Resolvió, en otras palabras, descubrir el secreto de la inmortalidad, y darlo a conocer al mundo. 

De vuelta a casa, informó a su padre de esta determinación. Como no pudo ser disuadido, el rey puso guardias en todas las puertas del palacio, y se propuso mantener a su hijo y heredero en casa por la fuerza. Pero por la noche, después de dirigir una última mirada a su esposa e hijo que dormían, llamó a su cochero y, montando su caballo Kanthaka, llegó a las puertas, las cuales fueron abiertas silenciosamente para él por los Dioses, y de esta manera se alejó. Esta fue la «Gran Salida». 
En la profundidad de los bosques el príncipe cortó su turbante real y su largo cabello, inapropiados para un Mendicante religioso, y despidió a su cochero. Allí se encontró con eremitas brahmanes, bajo cuya guía llevó la vida de un contemplativo. Entonces, dejándolos, se dedicó él solo al «Gran Esfuerzo»; al mismo tiempo una compañía de cinco Mendicantes devinieron en discípulos, y le sirvieron, en la ex-pectativa de que devendría un Buddha. 

A este fin practicaba ahora severísimas mortificaciones, y se llevó hasta el borde mismo de la muerte por hambre. Sin embargo, comprendiendo que la consecuente debilidad de sus poderes corporales y mentales no le llevaría al Despertar (Bodhi) por cuya causa había abandonado la vida mundanal, tomó de nuevo su cuenco y mendigó su alimento en villorrios y poblados como otros Mendicantes. Ante esto, los cinco discípulos le abandonaron. Pero el tiempo de su Despertar había llegado, y de sus sueños el Boddhisatta sacó la conclusión, «Este mismo día devendré en Buddha». 
Comió alimento en cuyo interior los Dioses habían infundido ambrosía, y descansó durante el día. Cuando llegó la noche, se acercó al árbol Bodhi, y allí, en el centro de la Tierra, con su rostro vuelto hacia el Este, ocupó su sede, donde todos los Buddhas anteriores se habían sentado en el tiempo de su Iluminación; inmóvil, determinó permanecer así hasta que hubiera realizado su propósito. Entonces Mara (la Muerte) —el antiguo Ahi-Vrtra-Namuci védico, vencido en el pasado por Agni-Brhaspati e Indra, pero nunca realmente matado— percibiendo que «el Bodhisatta quiere liberarse de mi dominio», no quería dejarle partir, y condujo a sus ejércitos contra él. Los Dioses estaban aterrorizados y huyeron presos de alarma; el Bodhisatta se sentó allí solo, únicamente con sus propias virtudes trascendentes como cuerpo de guardia. El asalto de Mara con armas de trueno y de rayo, de obscuridad, de inundación, y de fuego, y con todas las tentaciones representadas por las tres bellas hijas de Mara mismo, dejó al Bodhisatta literalmente inafectado e inmutable. Mara, incapaz de recuperar el trono que había reclamado, sólo pudo retirarse. Los Dioses regresaron, y celebraron la victoria del príncipe; y así cayó la noche. Entrando en estados de contemplación cada vez más profundos el Bodhisatta obtuvo sucesivamente el conocimiento de los Anteriores Nacimientos, el Conocimiento Divino, la Comprensión de la Originación Causal, y finalmente, en la aurora, la Plena Iluminación o el «Despertar» (Samma-Samboddhi) que había estado buscando, y así, cesando de ser un Bodhisatta, devino en Buddha, el «Despierto». 

Un Buddha ya no está en una categoría, sino que es inconnumerable; ya no es «este hombre, fulano», ya no es alguien, sino uno cuyo nombre propio sería vano preguntar, y a quien sólo son apropiados epítetos tales como Arahant («Digno»), Tathagata («Verdadero-venido»), Bhagava («Dispensador»), Mahapurisa («Gran Ciudadano»), Saccanama («Aquel cuyo nombre es la Verdad») y Anoma(«Insondable»). 

-Ananada K. Coomaraswamy-