18 agosto, 2020

El Rugido del Despertar

por Heinrich Zimmer

Los occidentales estamos aproximándonos a una encrucijada que los pensadores de la India alcanzaron unos setecientos años antes de Cristo. Ésta es la verdadera razón de por qué frente a los conceptos e imágenes de la sabiduría oriental nos sentimos, al mismo tiempo que intranquilos y molestos, atraídos y estimulados. En el curso típico del desarrollo de su capacidad y exigencia religiosa, todos los pueblos civilizados llegan a este cruce de caminos, y las enseñanzas de la India nos obligan a tomar conciencia de tales problemas. Pero no podemos hacernos cargo de las soluciones indias. Tenemos que ingresar en la nueva época siguiendo nuestro propio camino y solucionar sus problemas por nuestra cuenta, porque, aunque la verdad —el resplandor de la realidad— sea universalmente una y la misma, los diferentes medios la reflejan de distinta manera.
La verdad se presenta de diferente forma en diferentes países y épocas, de acuerdo con los materiales vivientes de donde sus símbolos han sido extraídos.
Los conceptos y las palabras son símbolos, lo mismo que las visiones, los ritos y las imágenes; también lo son los usos y costumbres de la vida cotidiana. A través de todos ellos se trasluce una realidad trascendente. Son otras tantas metáforas que reflejan e implican algo que, aunque se expresa de todos estos modos, es inefable; y aunque cobra multitud de formas, sigue siendo inescrutable. Los símbolos dirigen la mente hacia la verdad pero no son la verdad; de aquí que sea engañoso adoptarlos. Cada civilización, cada época, tiene que producir los suyos.

Tenemos, pues, que seguir el difícil camino de nuestra propia experiencia, producir nuestras propias reacciones, asimilar nuestros sufrimientos y realizaciones. Solo entonces la verdad que manifestamos será tan nuestra como una criatura lo es de su madre; y la madre enamorada del Padre se regocijará con su hijo, en quien verá un retrato de Aquél. El inefable germen debe ser concebido, gestado y dado a luz desde nuestra propia sustancia, alimentado por nuestra sangre, si ha de ser el verdadero hijo a través del cual la madre renace: y el Padre, el divino Principio trascendente, renacerá también, es decir; será sacado de su estado de nomanifestación, de inacción y aparente inexistencia.
No podemos adoptar a Dios. Tenemos que efectuar su reencarnación desde nuestra intimidad. La Divinidad tiene que descender, en cierta manera, a la materia de nuestra propia existencia y participar en este peculiar proceso vital.
Según las mitologías de la India, éste es un milagro que sin duda ocurrirá. Porque en los antiguos relatos hindúes leemos que cada vez que al creador y conservador del mundo, Visnu, se le implora para que aparezca en una nueva encarnación, las fuerzas impetratorias no lo dejan en paz hasta que él condesciende. Sin embargo, desde el momento en que desciende, asumiendo la carne en un vientre sagrado, para manifestarse en el mundo que refleja su inefable ser, fuerzas demoníacas dotadas de voluntad propia se ponen contra él; porque hay quienes odian y desprecian al Dios y no le dan cabida en sus sistemas de egoísmo expansivo y dominante. Son los que hacen todo lo posible para dificultar su obra. Pero la violencia que emplean no es tan destructiva como parece; no es más que una fuerza, necesaria en el proceso histórico. La resistencia desempeña un papel normal en la cósmica comedia que se repite y que se representa cada vez que una chispa de verdad celestial, atraída por la miseria de las criaturas y la inminencia del caos, se manifiesta en el plano fenoménico.

Paul Valéry dice: “Ocurre con nuestro espíritu como con nuestra carne; lo que sienten más importante lo envuelven en el misterio, lo ocultan a sí mismos; lo distinguen y lo protegen con la profundidad en que lo colocan. Todo lo que cuenta está bien velado; los testimonios y documentos lo oscurecen; los actos y las obras están hechos expresamente para disfrazarlo.”

La principal finalidad del pensamiento indio es develar e integrar en la conciencia lo que ha sido resistido y ocultado por las fuerzas de la vida; no explorar y describir el mundo visible. La suprema y característica hazaña de la mentalidad brahmánica (y ello ha sido decisivo no solo para el desarrollo de la filosofía india sino también para la historia de la civilización india) fue el descubrimiento del Yo (ātman) como entidad independiente e imperecedera, en la que se basa la personalidad consciente y la estructura corporal.
Todo lo que normalmente conocemos y expresamos acerca de nosotros pertenece a la esfera del cambio, la esfera del tiempo y del espacio; pero este Yo (ātman) no cambia nunca, está más allá del tiempo, del espacio, del reticular velo causal, de la medida y de la vista. Durante millares de años la filosofía india se ha esforzado por conocer este diamantino Yo y hacer efectivo ese conocimiento en la vida humana. Y a esta perdurable preocupación se debe la extraordinaria calma matutina que penetra las terribles historias del mundo oriental, historias no menos tremendas ni menos horripilantes que las nuestras. A través de las vicisitudes de los cambios físicos se mantiene una base espiritual en el campo de la bienaventurada paz del ātman: el Ser eterno, intemporal e imperecedero.

La filosofía india, como la occidental, nos informa acerca de las estructuras y potencias mensurables de la psique, analiza las facultades intelectuales del hombre y las operaciones de su mente, evalúa diversas teorías del entendimiento humano, establece los métodos y leyes de la lógica, clasifica los sentidos y estudia los procesos mediante los cuales aprehendemos, asimilamos, interpretamos y comprendemos la experiencia.
Los filósofos hindúes, como los de Occidente, se pronuncian sobre los valores éticos y los criterios morales. Estudian también los rasgos visibles de la existencia fenoménica, criticando los datos de la experiencia externa y sacando conclusiones con respecto a los principios en que se basa.
En una palabra: la India ha tenido y aún tiene sus propias disciplinas psicológicas, éticas, físicas y metafísicas. Pero la principal preocupación —en notable contraste con los intereses de los modernos filósofos occidentales— ha sido siempre no la información sino la transformación: un cambio radical de la naturaleza humana y, con él, una renovación de su manera de entender tanto el mundo exterior como su propia existencia: transformación tan completa como es posible, y que, si tiene éxito, equivaldrá a una total conversión o renacimiento.

En este sentido la filosofía india corresponde a la actitud de filósofos antiguos como Pitágoras, Empédocles, Platón, los estoicos, Epicuro y sus discípulos, Plotino y los pensadores neoplatónicos.
Volvemos a encontrar este punto de vista en san Agustín, místicos medievales como Meister Eckhart y místicos posteriores como Jakob Böhme de Silesia. Entre los filósofos románticos, reaparece en Schopenhauer.

Las actitudes recíprocas del maestro hindú y del alumno inclinado a sus pies están determinadas por las exigencias de esta suprema tarea de transformación. El problema que los ocupa es el de producir una especie de transformación alquímica del alma. No solo mediante la nueva comprensión intelectual sino mediante un cambio del corazón (transformación que afectará la médula de su existencia), el alumno ha de salir de la esclavitud, de los límites de la imperfección y de la ignorancia humanas, y trascender el plano de la existencia terrena.

Una graciosa fábula popular ilustra esta idea pedagógica. Se conserva entre las enseñanzas del célebre santo hindú del siglo XIX, Sri Ramakrishna.
Anécdotas de este tipo pueril aparecen continuamente en los discursos de los sabios orientales; circulan en el saber común del pueblo y son conocidas por todos desde la infancia. Llevan las lecciones de la intemporal sabiduría de la India a los hogares y corazones de la gente, y a través de millares de años se convierten en propiedad de todos. En realidad, la India es una de las grandes patrias de la fábula popular; durante la Edad Media muchos de sus cuentos fueron llevados a Europa. La vivacidad y la sencilla nitidez de las imágenes recalcan los aspectos más importantes de la enseñanza: son como temas sobre los cuales puede ejercitarse un sin fin de variaciones en el campo del razonamiento abstracto.
La fábula oriental es solo uno de los muchos recursos orientales para que las lecciones prendan y se conserven en la mente.




El ejemplo que vamos a presentar es el de un cachorro de tigre que había sido criado entre cabras, pero que mediante la clarificadora instrucción de un maestro espiritual llegó a darse cuenta de su propia e insospechada naturaleza.
Su madre había muerto al darlo a luz. Preñada, había estado merodeando muchos días sin descubrir presa alguna, cuando se encontró con un rebaño de cabras salvajes. La tigresa sentía entonces gran voracidad, lo cual puede explicar la violencia de su salto. Sea como fuere, el esfuerzo realizado le produjo el parto y de puro agotamiento murió.
Entonces las cabras, que se habían dispersado, regresaron al campo de pastoreo y hallaron al tigrecito dando leves quejidos al lado de su madre. Las cabras adoptaron a la débil criatura por pura compasión maternal, la amamantaron junto con sus propias crías y la cuidaron cariñosamente. El cachorro creció, y los cuidados que le habían dispensado no quedaron sin recompensa, pues el pequeño aprendió el lenguaje de las cabras, adaptó su voz a la de sus suaves balidos y mostró tanto afecto como cualquier cabrito.

Al principio tuvo ciertas dificultades cuando trató de masticar tiernas briznas de pasto con sus puntiagudos dientes, pero luego se las arregló. La dieta vegetariana lo tenía muy flaco y daba a su temperamento notable dulzura.
Una noche, cuando este tigrecito que había vivido entre cabras había alcanzado la edad de la razón, el rebaño fue atacado nuevamente, esta vez por un viejo y feroz tigre, y de nuevo las cabras se dispersaron, pero el cachorro se quedó donde estaba, sin temor alguno. Desde luego se sintió sorprendido. Al descubrirse cara a cara con una terrible criatura de la selva contempló al aparecido con estupor.
Pasado el primer momento volvió a cobrar conciencia de sí y dando un balido de desesperación arrancó una brizna y se puso a masticarla mientras el otro le clavaba los ojos.
De improviso el intruso inquirió: -¿Qué haces tú aquí entre estas cabras? ¿Qué es lo que estás masticando? La pobre criatura comenzó nuevamente a dar balidos. El viejo tigre cobró un aspecto realmente aterrador. Rugió diciendo: -¿Por qué haces ese ruido tonto?
Y antes que el pequeño pudiera responder lo tomó ásperamente de la nuca y lo sacudió como sí quisiera volverlo a sus cabales a fuerza de golpes. El tigre de la selva entonces llevó al asustado cachorro a un charco cercano y lo puso en el suelo, obligándolo a que mirase en la superficie iluminada por la luna.
-Mira esas dos caras. ¿No son iguales? Tú tienes la cara redonda de un tigre; es como la mía. ¿Por qué te crees ser una cabra? ¿Por qué balabas? ¿Por qué comías pasto?
El pequeño era incapaz de contestar, pero continuó mirando, comparando ambos reflejos. Entonces se puso nervioso: se apoyaba en una pata, luego en la otra, y dio un grito quejumbroso de pesar. El viejo tigre feroz lo levantó de nuevo, lo llevó a su guarida, donde le ofreció un pedazo de carne cruda y sangrienta, resto de una comida anterior. El cachorro se estremeció de repugnancia. El tigre de la selva haciendo caso omiso del débil balido de protesta, ordenó secamente:
-¡Tómala, cómela, trágala!
El cachorro se resistió, pero el tigre le obligó a pasarla por sus dientes entrecerrados y lo vigiló estrictamente mientras el tigrecito trataba de masticarla y se preparaba a tragarla. La crudeza del bocado no le era familiar y le producía cierta dificultad, y el pequeño estaba por lanzar nuevamente su débil balido, cuando comenzó a sentirle gusto a la sangre.

Quedó asombrado y cogió el resto con avidez. Comenzó a sentir un raro placer a medida que la carne bajaba hacia el estómago. Una fuerza extrañamente cálida nacía en sus entrañas, se difundía por todo su organismo y comenzaba a estimularlo y embriagarlo. Sentía un regusto en los labios; se lamió las mejillas. Se incorporó y abrió la boca para lanzar un gran bostezo, como si se estuviera despertando de una noche de sueño, una noche que lo había tenido hechizado durante varios años.
Desperezándose arqueó el lomo, extendió y abrió sus garras. Su cola fustigaba el suelo, y de pronto de su garganta estalló el terrible y triunfante rugido del tigre.

Entre tanto el severo maestro había estado observando de cerca y con creciente satisfacción. La transformación se había cumplido realmente. Cuando el rugido hubo terminado preguntó con aspereza: -¿Sabes ahora quién eres? Y, para completar la iniciación del joven discípulo en el saber secreto de su propia y verdadera naturaleza, añadió:
-Ven, ¡ahora iremos a cazar juntos por la selva!

La historia del pensamiento indio durante el período que precede el nacimiento y la misión del Buddha (563-483 a.C.) revela una gradual intensificación de la importancia de este problema del redescubrimiento y asimilación del Yo.
Los diálogos filosóficos de las Upániṣad indican que durante el siglo VIII a.C. hubo un cambio de orientación intelectual que desplazó la atención de los problemas referentes al universo externo y a las esferas tangibles del cuerpo concentrándola en lo íntimo e intangible, y llevando a sus últimas conclusiones lógicas las peligrosas implicaciones de esta dirección. La gente se retiraba del mundo normalmente conocido. En general se desvaloraban y postergaban las potencias del macrocosmos y las facultades correspondientes del microcosmos, con tanta audacia que todo el sistema religioso del período anterior corría peligro de derrumbarse.
Los reyes de los dioses, Indra y Váruṇa, y los divinos sacerdotes de los dioses, Agni, Mitra, Bṛháspati, ya no recibían su cuota de plegaria y sacrificio. En lugar de dirigir la mente hacia estos simbólicos guardianes y modelos del orden natural y del orden social, sosteniéndolos y manteniendo su efectividad con una continua secuencia de ritos y meditaciones, los hombres dirigían toda su atención hacia lo íntimo, esforzándose por alcanzar un estado de permanente autoconciencia mediante el mero pensar, el autoanálisis sistemático, el control de la respiración y las severas disciplinas psicológicas del yoga.

Los antecedentes de esta radical introyección ya se divisan en muchos himnos védicos3; por ejemplo en la siguiente plegaria para pedir poder, en la que fuerzas divinas que se manifiestan de diversas maneras en el mundo exterior son conjuradas a entrar en el sujeto, alojarse en su cuerpo y vivificar sus facultades:

¡El brillo que reside en el león, el tigre y la serpiente; en Agni [dios del fuego del sacrificio], en los brahmanes y en Sūrya [el sol] sean nuestros! ¡Que la bella diosa que parió a Indra venga a nosotros, con su lustre! ¡El brillo que reside en el elefante, la pantera y el oro; en las aguas, en el ganado y en los hombres sea nuestro! ¡Que la hermosa diosa que parió a Indra venga a nosotros con su lustre! ¡El brillo que reside en la carroza, en los dados y en la fuerza del toro; en el viento, en Parjanya [Indra como señor de la lluvia] y en el fuego de Váruṇa [señor regente del océano y del cuadrante occidental] sean nuestros! ¡Que la hermosa diosa que parió a Indra venga a nosotros con su lustre! ¡El brillo que reside en el varón de linaje real, en el tenso parche, en la fuerza del caballo y en el grito de los hombres sea nuestro! ¡Que la hermosa diosa que parió a Indra venga a nosotros con su lustre!

El sistema Adhyātmam -adhidáivam plenamente desarrollado del período de las Upániṣ ad empleaba como medio para llegar al absoluto desapego un plan completo de correspondencias entre los fenómenos subjetivos y objetivos. Por ejemplo, creadas las divinidades del mundo, dijeron a ātman [el Yo como Creador]:

“Danos un alojamiento donde podamos establecernos y alimentarnos”. Él les llevó un toro, y ellos dijeron: “En verdad, esto no nos basta”. Él les llevó una persona, y ellos dijeron: “¡Oh, muy bien; en verdad, una persona está muy bien!” Él les dijo: “Entrad en vuestras respectivas moradas”. El fuego se hizo habla y entró en la boca. El viento se hizo hálito y entró en las narices. El sol se hizo vista y entró en los ojos. Los cuadrantes del cielo se hicieron oído y entraron en las orejas. Las plantas y los árboles se hicieron cabellos y entraron en la piel. La luna se hizo mente y entró en el corazón. La muerte se hizo hálito descendente y entró en el ombligo. Las aguas se hicieron semen y entraron en el miembro viril.

Al discípulo se le enseña a aplicar su conocimiento de correspondencias como ésta a meditaciones como la siguiente:

Como un jarro es reducido a polvo, y la onda a agua, o un brazalete a oro, así el universo se reducirá a mí. ¡Maravilloso soy! ¡Adoracíón a Mí! Porque cuando el mundo, desde el más alto dios hasta el último tallo de hierba, se reduce y se disuelve, esa destrucción no es mía.

Evidentemente estamos en presencia de una disgregación total del yo fenoménico (la personalidad ingenuamente consciente, que junto con su mundo de nombres y formas en su oportunidad será destruida) con respecto al otro Yo, profundamente oculto, esencial aunque olvidado, el Yo trascendental (ātman), que al ser recordado lanza la conmovedora exclamación que aniquila el mundo: ¡Maravilloso soy! Este otro no es una cosa creada sino el sustrato de todas las cosas creadas, de todos los objetos, de todos los procesos. Las armas no lo cortan; el fuego no lo quema; el agua no lo moja; el viento no lo seca.

Las facultades sensoriales, normalmente vueltas hacia afuera buscando aprehender sus objetos y reaccionar ante ellos, no se ponen en contacto con la esfera de la realidad permanente sino solo con las transitorias evoluciones de los perecederos cambios de su energía. Luego, el poder de la voluntad, que conduce al logro de fines mundanos, no puede servir de gran ayuda para el hombre. Ni tampoco los placeres y experiencias de los sentidos pueden iniciar a la conciencia en el secreto de la plenitud de la vida.
De acuerdo con el pensamiento y la experiencia de la India, el conocimiento de las cosas cambiantes no conduce a una actitud realista; porque estas cosas carecen de sustantividad, perecen. Tampoco conduce a una concepción idealista; porque las inconsistencias de las cosas que están en continuo fluir se contradicen y refutan entre sí. Las formas fenoménicas son por naturaleza falaces y engañosas.

Quien se apoye en ellas tendrá dificultades. Son meramente las partículas de una vasta ilusión universal ejecutada por la magia del olvido del Yo con el apoyo de la ignorancia, y prolongada por las pasiones engañosas. La ingenua ignorancia de la oculta verdad del Yo es la causa principal de todos los errores de valoración, de las actitudes inapropiadas y de los consiguientes tormentos que se inflige este mundo embriagado consigo mismo.
Evidentemente esta concepción justifica un cambio de actitud que desplaza el interés no solo de los medios y fines normales de la gente mundana, sino también de los ritos y dogmas de la religión de esos seres engañados. El creador mitológico, el Señor del Universo, ya no interesa. Solo la conciencia introvertida, dirigida y volcada hacia las profundidades de la propia naturaleza del sujeto, alcanza los límites en que los accidentes transitorios encuentran su fuente inmutable. Y esta conciencia puede finalmente franquear esos límites, emerger —perecer, y tornarse así imperecedera— en el omnipresente sustrato de toda sustancia.

Tal es el Yo (ātman), fuente última, perdurable y básica de todo lo que existe. Tal es el donante de todas las manifestaciones especiales, cambios de forma y derivaciones del verdadero estado, los llamados vikāra: transformaciones y evoluciones del despliegue cósmico. Y el sabio pasa de su apego a lo que aquí se despliega y descubre su causa no mediante alabanza y sumisión a los dioses sino mediante conocimiento, conocimiento del Yo.
Este conocimiento se consigue por medio de una de estas dos técnicas: 1º) rechazando sistemáticamente la totalidad del mundo como ilusorio, o 2º) comprendiendo a fondo la nueva materialidad de todo él.
Nosotros los occidentales modernos estamos al fin preparados para escuchar la voz que la India ha oído. Pero, como el cachorro del tigre, tenemos que oírla no del tigre sino de nuestra propia interioridad. En muchos de nosotros los sacramentos no producen su transformación espiritual; estamos desolados y no sabemos a quién recurrir. Entre tanto, nuestras filosofías universitarias y seculares se preocupan más por la información que por la transformación redentora que nuestras almas necesitan. Por esta razón, una ojeada a la faz de la India acaso nos ayude a descubrir y recuperar algo de nosotros mismos.

El propósito fundamental de todo estudio serio del pensamiento oriental debería ser no la mera recopilación y ordenación de datos lo más prolijos posible sino la recepción de alguna importante influencia. Y para que ello ocurra —siguiendo la parábola del animalito amamantado por las cabras que descubrió que era un tigre— debiéramos absorber las enseñanzas con la mayor crudeza soportable, no demasiado suavizada por nuestro intelecto occidentalizado —y, mucho menos, a través de la filología—; pero tampoco con demasiada crudeza, porque entonces sería inaguantable y acaso indigesta. Tenemos que probarla en su sabor original para poder sentirle su verdadero gusto y experimentar cierta sorpresa. Entonces tomaremos parte, desde nuestra distancia transoceánica, en el selvático rugido sapiencial de la India, que retumba por todos los confines del mundo.

Extracto del libro Filosofías de la India.
-Heinrich Zimmer-

23 mayo, 2020

Entrevista con Olivia Cattedra: “El Yoga aquieta la mente para poder contemplar el corazón”

Casi 38 años transmitiendo lo mejor del Yoga. Escarbando en textos, investigando en las fuentes para poder compartir hoy con nosotros, en sus libros y cursos, las esencias y secretos de la sabiduría yóguica.

Olivia Cattedra es doctora en Filosofía, especializada en Estudios Orientales, investigadora del CONICET en el Área de Filosofía Comparada e Historia de las Religiones y autora de 45 artículos y diez libros sobre su especialidad (Filosofía de la India y de la China). Sin embargo, no se considera una intelectual: “Sólo transmito lo que he aprendido de buena fe. Según expresa el Yoga Sutra, ‘El samadhi está cerca para los de fuerza intensa'”............................................................................................................................................................. .
¿Qué destacarías de tu trayectoria profesional a lo largo de los años?

Mi actividad como orientalista e indóloga se ha desarrollado por dos canales: uno de ellos ha sido como instructora de Hatha Yoga; luego, en el otro canal, mi trabajo de investigación académica, pues, formalmente, soy doctora en Filosofía y especialista en Historia de las Religiones por la Universidad del Salvador de Buenos Aires, e investigadora del Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas (CONICET) desde 1982, cuando comencé con la traducción de las Kârikâ de Gaudapâda a la Mandukya Upanishad. Ya en esa época, el trabajo sobre textos fue sumamente esclarecedor para comprender las modificaciones de estados de conciencia que verificaba en las prácticas de meditación.

¿A qué propósito va dirigido tu trabajo sobre textos antiguos?

Desde aquellas épocas, la enseñanza de los textos resultaba sumamente eficaz para poder acompañar a las personas en su autoindagación y en la comprensión de las modificaciones internas que causan las técnicas meditativas, comprensión que resulta fundamental para no caer en divagaciones, ilusiones o idealizaciones que, a la postre, solo aumentan la confusión.

En realidad, el trabajo interno que acompaña la práctica del Yoga va promoviendo el autoconocimiento del practicante, tanto en un sentido psicológico como espiritual, y ese es el modo en que va ampliando nuestros márgenes de libertad interna que, con mucha suerte, nos hará actuar con mayor libertad, que es la meta final de la práctica.

En cuanto a mis motivaciones personales, diría que no persigo ningún propósito específico; simplemente cumplo con una tarea que entiendo como servicio. De hecho, entiendo que la tarea de cualquier instructor de Yoga es acompañar (y subrayo el término) al practicante para que, en primer lugar, calme su mente, y luego se dirija hacia su interior gradualmente y en la medida de sus posibilidades, siempre en forma serena y sin forzar.

A veces cuesta explicar a un profano cómo trabaja y mejora el Yoga. ¿Qué le dirías tú?

Le diría que pruebe, que haga una práctica. Dice un antiguo aforismo tántrico: “El remedio es remedio si cura”. Si le va bien en la práctica, adelante; de lo contrario, deberá explorar y buscar otro camino. También le diría que la mejora que espera quizás no ocurra en los términos que él busca o quiere. El Yoga siempre es operativo y funciona a nivel del alma y de la esencia; y estos tienen sus propios caminos, que son un misterio.

El ego puede tener sus gustos y disgustos al respecto. Yoga es un proceso de interiorización para autoconocerse, tanto en lo psicológico como en lo espiritual, y a veces lo que se encuentra en el camino no es del agrado del ego, pero justamente tal contrariedad tiene que ver con el pasaje de “lo irreal a lo real”, que preconiza la Brihadaranyaka Upanishad.

Las respuestas del alma nunca vienen de afuera y nadie puede dárselas a otro. Cada uno las descubre sobre sí mismo, pero eso depende de la fortaleza y dedicación que el practicante asigne a sus técnicas, comprendidas como un conjunto de ejercicios físicos y psíquicos. Tiempo, esfuerzo y dedicación.

¿Por qué criterios guiarnos para elegir una determinada práctica, estilo o profesor de Yoga?

Afinidad y empatía, respecto del instructor. Lo que se elige es un instructor de Yoga, no un maestro. Los maestros son un tema complejo. Desde luego que las venerables tradiciones de Oriente son iniciáticas y por ende suponen la continuidad maestro-discípulo, sin embargo, este aspecto de la transmisión directa ha sido distorsionado por un Occidente zambullido en el “materialismo espiritual”, y en tales casos, las idealizaciones del “maestro-discípulo” han ayudado a una difusión tendenciosa y dependiente del Yoga.

Por dependiente me refiero a no-libre, redefiniendo la noción de libertad como compromiso con el svadharma. Ya lo vemos en el comienzo del Bhagavad Gîtâ: hay un momento en que la autoridad de los maestros externos declina en favor del proceso, necesario, inevitable y fundamental de autocomprensión llevado a cabo por la conciencia del practicante. Ese es un núcleo indeclinable de libertad, y en ese sentido, los maestros actúan en muchos niveles sutiles y espirituales; de ahí que se diga que, en el fondo, el mayor maestro es el propio corazón.


Dra. Prof. Olivia Cattedra

Para evolucionar en Yoga ¿no conviene elegir un buen maestro?

Al decir de otro texto (creo que el Kularnava Tantra), habría tres clases de maestros: el que llama la atención sobre otra dimensión de la realidad (que en este caso sería la interioridad), el que nos hace mirar en el corazón y, finalmente, el maestro supremo será el propio corazón. He aquí la mayor dificultad para nuestros tiempos: ¿quién accede fácilmente a él? En este último sentido, el Yoga también constituye una propedéutica que aquieta la mente para poder contemplar el corazón.

En la actualidad, ¿cuáles serían los requisitos que debería de cumplir un instructor de Yoga?

Entiendo que un buen instructor de Yoga es cualquier persona, prolijamente preparada y honesta, que trabaja sobre las fuentes, sobre sí mismo y da lo mejor de sí con atención al ambiente, la cultura y las personas hacia las cuales se dirige. El practicante puede avanzar en el conocimiento de sí mismo, pero, como decía antes, eso depende de él, de su dedicación, esfuerzo y honestidad consigo mismo. No depende de ningún factor externo ni de ningún “maestro” y sí de aquello que su buen karma le habilite, pero esto es ingresar en otro tema que excede el presente momento.

¿Qué opinas de los “yogas modernos” y de los “yogas de autor”?.
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La mayoría de los “yogas modernos” me resultan controvertidos; incurren en el peligro de los mensajes extrapolados de Oriente, es decir, la descontextualización ontológica y axiológica. De ahí que sus aplicaciones son válidas en ese marco (el indio) y, trasladadas al nuestro (Occidental), se modifican, debiéndose definir con mucho respeto y precisión sus alcances y límites. No se puede traicionar la tradición fuente, pero tampoco se puede imponer una cultura sobre otra. Es un camino estrecho “como el filo de la navaja”.

La redefinición de alcances y límites posee además un aspecto muy interesante: la apropiación llevada a cabo con esmero puede dar lugar a interesantes aperturas en la investigación académica científica y sus aportes. Sin duda, el Yoga tiene mucho que aportar a Occidente, pero por esto mismo también la educación del Yoga debe ser profunda y respetuosa sin ser rígida ni invasiva. Véanse como ejemplo las investigaciones en neurociencias (vayu) o en psicología profunda (Yoga y esquizofrenia) en manos de profesionales médicos de la salud.

¿Hasta qué punto es imprescindible conocer la cultura yóguica tradicional, sus fuentes, para beneficiarse del Yoga?

Académicamente es imprescindible. G. Larson observa la urgente necesidad de dar al Hatha Yoga un adecuado encuadre académico, y esto se basa en el trabajo sobre fuentes. El Yoga es un conjunto de enseñanzas antiguas concebidas por una determinada cultura que comprende al hombre de un modo determinado, es decir, a partir de una visión antropológica distinta de la nuestra y con diferentes parámetros axiológicos. La quietud es fundamental, y este aspecto es subestimado en muchos de los yogas modernos.

Finalmente, al decir de David Gordon White (Yoga in Practice, Univ. Princeton, 2012, p. 21: “Lo que haya sido que encontró Krishnamacarya en su viaje al Tíbet, el Yoga que él enseñó en su rol de ‘maestro de Yoga’ en el Palacio de Mysore, fue una amalgama ecléctica de técnicas de Hatha Yoga, Calistenia militar británica y gimnasias regionales… Comenzando en 1950, sus tres discípulos principales, Iyengar, Pattabhi Jois, y Desikachar, introducirían sus propias variaciones sobre estas técnicas de modo de llegar a definir el Yoga postural que ha barrido Europa y Estados Unidos y gran parte del resto del mundo. Los discípulos directos e indirectos de estos tres innovadores han conformado la vanguardia de los maestros de Yoga en la escena contemporánea”. Los beneficios de este eclecticismo aún están por definirse.

Lo dicho: las enseñanzas de las fuentes acompañan la práctica permitiendo comprender la experiencia interna. Por tanto, son fundamentales; de lo contrario, el acceso a la técnica sin sus bases facilita reduccionismos materiales y hedonistas, como ocurre en muchos yogas modernos que entienden el Yoga como un Yoga-fitness.

Has desarrollado un concepto de “Yoga Suave” que transmites en tus seminarios. ¿Podías explicarnos en qué consiste? ¿Es un Yoga light, poco exigente? ¿Cuáles son sus “ventajas” respecto a otros métodos?

La noción de Yoga Suave surge como una formulación derivada de una investigación académica específica, llevada a cabo entre 1993/99, sobre fuentes tales como el Hatha Yoga Pradipika, el Gheranda Samhita y otras; teniendo en cuenta las distintas definiciones de Yoga y el análisis de hasta qué punto tales fuentes han sido tenidas en cuenta en las bibliografías occidentales modernas.

En especial, la noción de Yoga Suave está vinculada a la definición atribuida a Vasistha en la referencia que de él se hace en Hatha Yoga Pradipika, cuando indica la respiración, la regulación pránica, como medio de apaciguar la mente. De aquella investigación en torno a las fuentes del Yoga y la clasificación de bibliografías pertinentes surgió una triple catalogación: Yoga suave, medio y fuerte.

Suave no significa en ningún caso light. Implica la práctica que enfatiza la respiración rítmica, los trabajos coordinados de cuerpo-aire-mente, como un conjunto de atención que hace las veces de soporte de concentración; a lo que se suma una preferencia para trabajar en piso, decúbito dorsal, en estado semimeditativo, insistiendo en la ya mencionada la respiración rítmica, explorando los distintos niveles de conciencia entre vigilia y sueño, con asanas muy cómodas y sin contraindicaciones que permitan una permanencia en asana prolongada.

De hecho, cuando más suave es el trabajo de asanas, más poderoso es el trabajo interno. E inversamente, cuanto más fuerte es el Yoga, con posturas de pie y de mayor exigencia física, el trabajo meditativo se ve, en cierto sentido, debilitado por la simple cuestión que hace al estado de vigilia y sus peculiares condiciones concentrativas en ese estado. Detrás de esta clasificación se experimenta con toda claridad los estados de conciencia que subyacen a la enseñanza simbolizada por el mantra Om en la Mandukya Upanishad.

¿Cuál es el papel del juego, del corazón, del intelecto en tus enseñanzas? .................................................................................
El papel del corazón, entendido como sede del ser profundo (tal como lo indica el Bhagavad Gita), es central en esta técnica. De hecho, un eje de la enseñanza de Yoga Suave o Yoga según la definición de Vasistha es “guardar la mente en el corazón” (Maitri Upanishad), lo que traducido al lenguaje del hombre moderno sería someter las dualidades de la mente/ego (psiquismo) a la unidad e integración del corazón/conciencia (espíritu). Se respetan de este modo las bases antropológicas y ontológicas propias del Yoga, en especial, del Yoga barroco, que es aquel que se expone en el cuerpo upanishádico e incluso en el Yoga Sutra «hrdaye citta samvit»: por la concentración en el corazón se conoce la mente (y sus trampas, evidentemente). Me parece que esta perspectiva puede constituir un aporte cierto al hombre occidental que, en muchos casos, decide su vida desde la personalidad externa, las conveniencias y los dictados y mandatos socioculturales que intentan omitir lo único inevitable de la vida: su fundamento en el ser.

En nuestra época, ¿cómo puede ayudarnos el Yoga a transformar la sociedad y sus desequilibrios?

He aquí otra sorpresa paradójica y maravillosa: el Yoga es un instrumento de transformación individual, aunque curiosamente, cada ser que logre un avance individual en el Yoga tiene la posibilidad de mejorar su entorno. Es una paradoja que el trabajo individual tenga efectos no individuales, y creo que esto ocurre en todas las practicas auténticas del Yoga. En ese sentido, concibo una amorosa esperanza hacia el porvenir y sí anhelo con todo mi corazón que todos los seres sean felices y que cada uno encuentre su camino, y con él la decisión, la lucidez y la fortaleza para transitarlo.

Fuente: Revista Yoga en Red.-

29 abril, 2020

Generalidades sobre el Yoga (2ª parte)

Decíamos que el primer objetivo es disciplinar el cuerpo en procura de la conquista de la salud y el bienestar. ¿Cómo se logra esto?
Esto se logra mediante la práctica de asanas y con el aprendizaje de la ciencia y el arte de la respiración.

Las asanas son posturas fijas. El cuerpo accede a ellas mediante una serie de movimientos y allí se inmoviliza, permaneciendo cierto tiempo en la postura. El tiempo de permanencia en la postura es distinto en cada asana y depende, además, del grado de preparación del practicante.
Cada asana persigue un fin determinado que es el de desarrollar alguna región particular del cuerpo, estimular cierta función del organismo, etc., aunque simultáneamente ejerce, también, otros efectos menores sobre otras partes del cuerpo. Por ello, la realización de una secuencia completa de ejercicios preparatorios y de asanas, tiene efectos generales, completos, al sumar el aporte de cada una de las asanas.



Bajorrelieve de El Descenso del Ganges o la
Penitencia de Arjuna, en Mahabalipuram, estado de
Tamil Nadu (India).

Se trata de un grupo de monumentos tallados sobre
roca monolítica, considerados Patrimonio de la
Humanidad por la Unesco. Construidos durante los
siglos VII y VIII, la obra representa
bajorrelieves
de
nagas, dioses, diosas y seres mitológicos, y
está
sujeta a dos líneas interpretativas: tanto Descenso
del río Ganges desde los cielos a la Tierra guiado
por el rey Bhagiratha, lo que estaría relacionado
con la creencia de que las aguas del Ganges
cuentan
con propiedades sobrenaturales; como
la Penitencia de Arjuna (que es el propio
Arjuna/Bhagiratha), al que puede verse de pie
sobre una de sus piernas y con sus brazos en
alto hacia el cielo
practicando autodisciplina
y autocontrol (t
apas de austeridad), para alcanzar
un propósito más elevado, en este caso
la
bendición de Lord Shiva
para luchar en la
guerra del Mahābhārata.
L
a bendición que se dice recibió Arjuna fue
pāśupatāstra, el arma más poderosa de Lord
Shiva
; ésta podía descargarse a través de la mente,
los ojos, las palabras o un arco, y es,
justamente, en el
Mahābhārata, donde
se menciona por primera vez.



Las asanas conocidas son miles, aunque no llegan al centenar las practicadas comúnmente y de ellas solamente 20 ó 30 son las consideradas fundamentales para conservar la salud.

Sabemos que el respirar es el acto vital por excelencia. Tanto es así que podríamos decir que “respirar es vivir”. Hacerlo correctamente es entonces de la mayor importancia.
Lamentablemente muchas personas en la actualidad, han adquirido un hábito respiratorio que, de conservarlo, impediría alcanzar los objetivos que se propone mediante la práctica de Yoga. Este mal hábito es el de la respiración por la boca y el de utilizar sólo una parte de la capacidad pulmonar.

Debemos empezar, entonces, por acostumbrarnos a respirar exclusivamente por la nariz. Las fosas nasales son los naturales filtros que impiden la penetración del polvo o cualquier materia extraña. Además, las fosas nasales tienen la misión de calentar el aire y hacer que éste no llegue frío a los pulmones, perjudicándolos. Por otra parte debemos aprender a respirar con toda nuestra capacidad pulmonar.
Una insuficiente provisión de aire puro impide a la sangre oxigenarse bien, envenenando el organismo y ocasionando la enfermedad y, finalmente, la muerte. Pero la importancia de la respiración reside también en otro factor aún escasamente conocido en Occidente. Los yoguis han descubierto, desde muy antiguo, que el aire que respiramos contiene un elemento sutil, no analizable químicamente, al que denominan prana.



Paśupati Shiva o Señor de las Bestias le
entrega el arma pāśupatāstra, al pándava
Arjuna.
Óleo del artista y pintor indio Raja Ravi
Varma (1.848-1.906).


La definición aproximada de prana sería “energía absoluta”, “principio activo de la vida” o “fuerza vital”. Mediante el dominio del prana se podría controlar la vida misma.
Muy lejos han llegado los yoguis en la utilización conciente del prana, mediante técnicas complejas, desarrolladas durante siglos. Bástenos a nosotros tomar conciencia de la importancia capital de la respiración para mejorar la calidad de nuestra vida.

Extracto del libro Yoga Segundo Nivel, Después de los Primeros Pasos.
Editorial Albatros.
Horacio G. Maniglia, profesor de Hatha Yoga.

Lee también:
Generalidades sobre el Yoga (1ª parte)
,

20 febrero, 2020

¿Qué es la iluminación? ¿Cómo se consigue?

El término «iluminación» se suele usar para traducir el término bodhi, que literalmente significa «despertar». Por eso, a Siddhārtha Gautama se le llama «el buddha», es decir, «el despierto».
¿Y de qué despertó Buda? Del sueño de la ignorancia: todos estamos dormidos, creemos que vivimos en un mundo hecho de cosas estables, sustanciales y que, por serlo, nos pueden dar la felicidad.
En realidad, todo es fugaz e insustancial y, por eso, si nos apegamos a cualquier cosa estamos condenados a sufrir innecesariamente. Por el contrario, cuando se despierta a la realidad se supera el apego y se alcanza un estado de ecuanimidad, paz y libertad interior; y, como ya no hay obstáculos para empatizar con los demás seres sensibles, nacen un gran amor y una compasión universal.

Otras tradiciones espirituales como el Yoga, el Vedanta, el Taoísmo, etc., también afirman que el sueño de la ignorancia es el origen de todos nuestros males y que tenemos que despertar al conocimiento directo de la realidad de nuestro verdadero ser (el púrusha), lo Absoluto (Brahman), el Dao, etc. Pasar de la ignorancia al conocimiento de la realidad: eso es el despertar espiritual, más conocido como «la iluminación».



Gandhāra, arte grecobudista.
Representación de Buda acompañado de su protector
Vajrapani bajo la forma de Haracles (a su derecha).
En el Budismo
Mahāyāna, Vajrapani es considerado tanto un
guardián del Dharma como un Bodhisattva, mientras que en la
Mitología Griega, Heracles (héroe y semidiós) destacaba por el
atributo de su fuerza extraordinaria.




¿Cómo se alcanza el despertar?

Cada tradición propone un camino: el Noble Óctuple Sendero del Budismo; las Ocho Etapas del Yoga de Patáñjali; las Nueve prácticas del Yoga de la Devoción; la escucha, reflexión y meditación del Advaita Vedanta; los ásanas, pranayamas, mudras, bandhas, shatkarmas y meditación en el sonido interior del Hatha Yoga tradicional; las Siete Moradas del Castillo Interior de Santa Teresa; etc, etc.

Todos los caminos espirituales tradicionales tienen una primera fase más centrada en el cultivo de virtudes éticas (no violencia, veracidad, no robar, etc.); después viene una fase más ascética, de dominio de la propia voluntad y control del cuerpo y de la mente; y culminan en una etapa más contemplativa, mística, de experiencia directa de lo Trascendente.

Este conocimiento directo es precisamente ese despertar o iluminación que, cuando se convierte en habitual y espontáneo, supone la liberación definitiva de todas nuestras aparentes limitaciones, la plenitud de la vida en la comunión con todo y con todos. Esa es la meta última de la existencia, la Vida Divina de la que hablaban Sri Aurobindo y Swami Sivananda; y cada vez que extendemos la esterilla de Yoga o cruzamos las piernas intentando meditar nos acercamos un poco más a Ella.

-Javier Ruiz Calderón-

Con una larga trayectoria en el estudio, la práctica del Yoga, el Vedanta y la meditación, la publicación de libros y numerosos artículos además de la práctica de la docencia, Javier Ruiz Calderón es doctor en Filosofía especializado en el pensamiento de Asia y Filosofía de la Religión, y profesor en la Universidad Pontificia Comillas (Madrid).

19 enero, 2020

Historia del Yoga

1. Qué es el Yoga Tradicional

Según el pensamiento hindú, nuestra forma habitual de vivir es lo que se llama saṃsāra, la existencia cíclica, caracterizada por: la insatisfacción (no felicidad plena) que se debe a la imposibilidad de satisfacer todos nuestros apegos(o deseos compulsivos), que proceden de la ignorancia (avidyā) de nuestra naturaleza trascendente. Realizamos acciones para satisfacer los deseos; estas acciones producen saṃskāras (impresiones inconscientes), que causan vāsanās (tendencias latentes; hábitos de acción).

Tradicionalmente, esta descripción de la condición humana va unida a la creencia en la ley del karman (= las acciones buenas nos llevan a situaciones buenas y las malas a situaciones malas) y en la reencarnación; pero no es esencial creer en estas para aceptar la descripción básica de la existencia cíclica. La liberación de esa situación deficiente se logra mediante el conocimiento experiencial de nuestra verdadera naturaleza. Ese conocimiento hace que se superen los apegos y de ese modo se alcance un modo de existencia caracterizado por la ecuanimidad, la libertad interior y la empatía con los otros seres.

Se llama «yoga» en sentido estricto a cualquier camino espiritual (mārga) hindú que insista en la práctica del autocontrol psicofísico y la concentración mental como los medios principales para llegar a la Liberación. Esta forma de yoga incluye, por ejemplo, el yoga clásico y los yogas tántricos.

En sentido amplio, el yoga es cualquier camino hinduista hacia la Liberación, como los caminos de la devoción, el conocimiento, la meditación, la acción, etc. En este sentido amplio, el yoga es lo mismo que la espiritualidad hinduista.

2. Etapas de la Tradición del Yoga

a) Yoga Preclásico

Incluye el yoga de las Upaniṣads (siglos VII y III anterior a la Era Cristiana —todas las fechas son meras aproximaciones—) y el yoga de las epopeyas (Mahābhārata y Rāmāyaṇa; s. IV anterior a la Era Cristiana y s. IV de la Era Cristiana), sobre todo el de la Bhagavadgītā (s. II anterior a la Era Cristiana), que es el capítulo principal del Mahābhārata y el texto más popular del Hinduismo.

b) Yoga Clásico

Es el que se recoge en los Yogasūtras («Aforismos sobre el yoga» de Patañjali - s.II Era Cristiana) y sus comentarios. El principal comentario es el Yogabhāṣya de Vyāsa.

c) Yoga Postclásico

El Vedānta es la escuela filosófica y espiritual del Hinduismo basada en las enseñanzas de las Upaniṣads, que se sistematizaron en los Brahmasūtras («Aforismos sobre lo Absoluto», s. IV Era Cristiana).
Hay distintas escuelas del Vedānta. Las más conocidas son el Advaita Vedānta (ved. adualista), cuyo principal representante es Śaṅkarācārya (s. VII Era Cristiana); el Viśiṣṭādvaita Vedānta (ved. adualista con diferencias), de Rāmānuja (s. X); y el Dvaita Vedānta (ved. dualista) de Mādhva (s. XII). También hay yoga en los purāṇas (compendios de mitología y espiritualidad; ss. II y XV Era Cristiana; el más popular actualmente es el Śrīmad Bhāgavata Purāṇa); en los tantras (desde el s. VI Era Cristiana); y en diversas corrientes «sectarias» del Hinduismo: los śaivas o devotos de Śiva (como por ejemplo los nāths o el Śaivismo de Cachemira), los vaiṣṇavas (devotos de Viṣṇu), los śāktas (devotos de Śakti, la Diosa), etc.



Sri Ramana Maharshi



3. Yoga del Conocimiento (Jñāna Yoga)

Es la forma más antigua de yoga. Se encuentra en las Upaniṣad, el Advaita Vedānta, el Śaivismo de Cachemira, etc. Aquí vamos a resumir la versión más conocida, que es la del Advaita Vedānta.
El yoga del conocimiento afirma la adualidad (advaita) de lo real: solo hay una Realidad Absoluta: el Brahman, que es sac-cid-ānanda (la única Realidad Eterna; la Conciencia Universal en la que aparecen todas las cosas; la Felicidad o Plenitud total). Ese Brahman es mi verdadero ser (ātman): «Yo soy el Brahman». Y es el verdadero ser de todas las cosas: «Todo esto es el Brahman».
La enseñanza del Advaita Vedānta se resume en esta frase: «El Brahman es lo Real (satya: lo absoluto, eterno), el mundo es falso (mithyā: relativo, transitorio) y el ātman es el Brahman».
Los individuos estamos sumidos en la ignorancia, a la que también se llama māyā (la «ilusión» cósmica) porque nos hace percibir la realidad equivocadamente: creemos que somos un yo individual (jīva) que vive en un mundo (jagat) múltiple gobernado por Dios (Īśvara).
Esta visión es errónea porque confundimos el jivātman (yo individual, relativo, falso), con el paramātman (Yo Supremo, nuestro verdadero ser, que es el Brahman). En realidad el individuo, el mundo y Dios no son otra cosa que apariencias del ātman-brahman indivisible.
La práctica del yoga del conocimiento consiste en la autoindagación (ātmavicāra), es decir, en investigar quién soy yo.
Eso se realiza en tres fases:

1) Escuchar la enseñanza vedántica de labios de un maestro que la haya asimilado.
2) Reflexionar personalmente sobre esas enseñanzas.
3) Cuando se haya comprendido suficientemente dicha enseñanza, meditar sobre ella, manteniendo en la mente esa comprensión hasta que se asimile completamente y se vuelva espontánea.
Para comprender y asimilar las enseñanzas del Vedānta es necesario tener una mente pura. Dicha purificación se puede lograr mediante la práctica de karman (la acción correcta: el yoga de la acción) y upāsanā (la concentración: los yogas de la devoción, el autocontrol psicofísico, etc); es decir, mediante la práctica de los otros yogas.

4. El Yoga Clásico (Rāja Yoga, Aṣṭāṅga Yoga)

El yoga clásico es el de los Yogasūtras.
La filosofía de este texto es semejante a la del Sāṃkhya, escuela clásica del pensamiento hinduista cuyo texto fundamental es la Sāṃkhyakārikā de Īśvarakṛṣṇa (s. IV Era Cristiana).
El Sāṃkhya—término que significa «enumeración»—afirma que hay veinticinco clases de realidades (tattvas):

1) Un número indeterminado de puruṣas: almas espirituales, inactivas, eternas y cuya única cualidad es que conocen; son sujetos puros de conocimiento.
2) La prakṛtio materia: una sustancia eterna y dinámica que está compuesta de tres guṇas (cualidades): Tamas (la pasividad), Rajas (la actividad) y Sattva (el equilibrio). La materia es cíclica: tiene épocas de latencia o ausencia de manifestación en la que está indiferenciada, como dormida; y épocas de expansión o manifestación en que se despliega como los tattvas 3 a 25 y como todas las cosas que componen el universo material. En las épocas de manifestación, la materia se va desplegando gradualmente bajo la forma de los demás tattvas materiales, empezando por los más sutiles y acabando en los más toscos, en este orden.
3) La materia se manifiesta primero como la mente determinadora (buddhi), que es el aspecto de la mente que afirma y niega.
4) De esta sale el ego (ahaṃkāra) o autoafirmación; y de este los demás tattvas.
5) La mente discursiva (manas), que delibera y duda.
6 -10) Los cinco sentidos (jñānendriyas): vista, oído, etc.
11-15) Las cinco facultades de acción (karmendriyas): habla, prensión, locomoción, excreción y reproducción. 16-20) Las cinco cualidades sensibles (tanmātras): colores, sabores, etc.
21-25) Los cinco elementos toscos (bhūtas): tierra, agua, fuego, aire y espacio.

Estos tattvas son las realidades que componen la totalidad cósmica (el universo) y también cada una de sus partes, los individuos.
Según el Sāṃkhya, la esclavitud consiste en creer que somos seres materiales, cuando en realidad somos espíritus puros. La emancipación (kaivalya) se consigue por el discernimiento (viveka) entre el espíritu y la materia, es decir, por la capacidad de distinguir entre nuestra naturaleza espiritual y el individuo material.
En los Yogasūtras, Patañjali acepta la filosofía del Sāṃkhya, pero le añade un vigésimo sexto tattva: además de los espíritus y la materia con todos sus derivados, existe Īśvara, «el Señor» o «Dios»: un puruṣa que nunca se ha confundido con la materia; por ello, es un ejemplo para el yogin, que lo puede utilizar como objeto de culto y meditación; pero no es un verdadero Dios, porque no hace nada: es completamente inactivo, como todos los purusas. Por eso se dice a veces que el yoga clásico no es un teísmo sino un «deísmo»: filosofía según la cual hay un Dios pero que no interviene en absoluto en los asuntos del universo.

Lo más típico del yoga clásico no es su filosofía sino el estudio que realiza de la mente (citta) y del modo de controlarla (nirodha). Su objetivo es ir logrando gradualmente el autocontrol físico y mental y, en consecuencia, la concentración de la mente. Este control mental facilita el discernimiento entre la materia y el espíritu y la consiguiente Liberación.
El autocontrol psicofísico se realiza en ocho etapas que van de lo más exterior a lo más interior y que sistematizan distintas prácticas morales, ascéticas y místicas de la tradición de los renunciantes (los ascetas errantes que abandonaban la sociedad buscando el conocimiento liberador).
Estas etapas son las siguientes:

1. Abstinencias (yama): no violencia, veracidad, castidad, no robar, no recibir.
2. Disciplinas (niyama): pureza, contento, ascesis, estudio, entrega a Dios (Īśvara).
3. Postura (āsana) de meditación.
4. Control de la respiración (prāṇāyāma).
5. Abstracción sensorial (pratyāhāra): apartar los sentidos de sus objetos.
6. Concentración (dhāraṇā): todavía con distracciones.
7. Meditación (dhyāna): ininterrumpida.
8. Absorción (samādhi): concentración completa. Cuando la mente completamente enfocada en samādhi contempla la diferencia entre el espíritu y la materia, la mente se va purificando, la ignorancia acaba por desaparecer y se alcanza el aislamiento (kaivalya) final.

Las etapas del yoga de Patañjali han seguido practicándose hasta la actualidad; pero normalmente se ha rechazado tanto e ldualismo entre espíritus y materia como el deísmo y se los ha sustituido por un adualismo del Brahman impersonal o por un verdadero teísmo. Es decir: se ha solido conservar la parte práctica y se ha modificado la más filosófica.



Sri Swami Sivananda



5.
Tantra y Haṭha Yoga

El tantra es una corriente religiosa y espiritual que existe al menos desde el s. VI Era Cristiana y que ha influido en todas las religiones de la India. Veamos algunas características del tantra hinduista:

Filosofía: Lo Divino tiene dos aspectos: un Īśvara («Dios», aspecto masculino) pasivo y trascendente al mundo y una Śakti («la Fuerza», aspecto femenino) activa e inmanente en el universo material.
Todo es divino. El Hinduismo en general admite que además de nuestro cuerpo físico tenemos un cuerpo sutil; pero el tantra describe detalladamente su «fisiología mística»: la fuerza vital (prāṇa) circula por canales sutiles (nadīs) que se conectan entre sí formando plexos sutiles (cakras).
En el cakra situado en la parte inferior del cuerpo reposa Kuṇḍalinī Śakti, la «Fuerza Enroscada», una serpiente que representa simbólicamente toda la energía del universo.

El objetivo de la práctica espiritual tántrica es purificar las nadīs y despertar la Kuṇḍalinī, para que esta vaya ascendiendo por el canal central activando los cakras y con ellos las capacidades del individuo, desde las más toscas hasta las más elevadas. Cuando llega al séptimo cakra, situado en la parte superior de la cabeza, Kuṇḍalinī se une con Śiva, la divinidad trascendente, el yogin entra en samādhi (absorción mental), experimenta el carácter divino de todo lo real y, cuando por la práctica esta experiencia se vuelve habitual y espontánea, alcanza la liberación.

Práctica: Lo propio del tantra es que busca trascender la naturaleza apoyándose en ella (como cuando uno se cae al suelo se levanta apoyándose en él), y por eso emplea partes de la persona que no suelen utilizar otras formas de espiritualidad: la imaginación (visualizaciones), las energías sutiles, el cuerpo físico, el deseo... En algunas corrientes se llegan a realizar prácticas antinómicas—es decir: que van contra las normas sociales corrientes—, como por ejemplo hacer el amor sin estar casado, comer carne, beber alcohol, etc.

El haṭha yoga (Yoga de la «obstinación/fuerza/violencia») es una tradición tántrica, que busca —como todas las formas de yoga—el control de la mente, pero intenta lograrlo específicamente mediante el control del cuerpo y las energías sutiles. Esta forma de yoga se desarrolló en la tradición nāth, una forma de śaivismo adualista cuyo fundador fue Goraknāth (c. s. X Era Cristiana) y cuya obra más conocida es la Haṭha Pradīpikā (c. s. XV Era Cristiana).
Algunas prácticas características del haṭha yoga son:

a) Posturas del cuerpo, ya no solo de meditación sino pensadas para producir determinados efectos físicos, energéticos y mentales.
b) Prácticas de limpieza del cuerpo físico.
c) Ejercicios de respiración para limpiar las nadīs, controlar el prāṇa y despertar la Kuṇḍalinī.
d) «Sellos» y contracciones musculares, para bloquear y dirigir la circulación del prāṇa.
e) Meditación en los sonidos interiores.

La práctica combinada de estas técnicas purifica los cuerpos físico y sutil, regula la fuerza vital, despierta la Kuṇḍalinī y los cakras y lleva al samādhiy la Liberación. Es un yoga completo por sí mismo, no una preparación para yogas más elevados, como se dice en ocasiones.

6. Yoga de la Devoción (Bhakti Yoga)

Encontramos este yoga sobre todo a partir de la Bhagavadgītā. Después lo hallamos en los purāṇas, en poetas místicos devocionales, etc.
El yoga de la devoción presupone una concepción personal de lo divino: hay un Dios (o Diosa) único que es el creador, conservador y destructor de todo cuanto existe; es omnipresente, omnipotente y omnisciente; es el soberano del universo; y salva a sus devotos por su gracia.

Más adelante se le llega a atribuir también amor infinito, «dulzura». Hay teologías devocionales dualistas (de la diferencia entre Dios, las almas y el mundo) y adualistas (de la identidad entre esas tres realidades); pero las más extendidas son las teologías de la identidad en la diferencia, que defienden una visión del mundo «pan-en-teísta»: las almas individuales y el mundo material existen eternamente en Dios. Cada devoto (bhakta) tiene una «deidad elegida» (īṣṭa devatā) que es su objeto de devoción. La mayor parte de los devotos lo son de Śiva, Viṣṇu o la Diosa. Para ellos, su deidad amada no es un dios entre otros sino la divinidad única. Los demás dioses se consideran aspectos o manifestaciones de esa divinidad suprema.

La práctica de la devoción recorre tres grandes etapas:

1) Acción purificadora: rituales, servicio de la Divinidad, cumplimiento de los deberes sociales y religiosos (el dharma).
2) Comprensión de la grandeza y la dulzura del Dios.
3) Entrega confiada y amorosa en manos de la divinidad, en la fe de que todo lo que nos ocurre es por su voluntad y es lo mejor para nosotros. El devoto puede adoptar diferentes actitudes ante la divinidad: la de ser el servidor del Señor o la Señora del universo; la de ser el hijo del Padre celestial o la Madre cósmica; la de ser el amante del Amado divino; o una actitud de serenidad y paz interior ante la Trascendencia.

Algunas prácticas características del camino de la devoción son: oír la narración de historias sobre la Divinidad; la oración personal o colectiva; cantarle a la Divinidad (bhajans; el canto devocional se llama sankīrtan cuando una persona dirige el canto y las demás repiten lo que aquella va cantando); servirla y adorarla (en imágenes, interiormente o en todos los seres); etc.
La práctica principal es el recuerdo continuo de la omnipresencia del ser divino. Una técnica muy eficaz y extendida para facilitarlo es el japa: la repetición vocal o mental de mantras (sílabas, palabras o frases que evocan lo Divino).

La devoción inferior consiste en pedirle a la divinidad que satisfaga las necesidades mundanas. Un nivel más elevado de devoción es la que solo desea la unión con Dios y la liberación de la existencia mundana. Más adelante ya no se Le pide nada a la Divinidad, en la certeza de que Ella sabe y nos da lo que es lo mejor para nosotros; solo se La alaba y se Le da gracias por todo. Finalmente, el amante se une con el Amado y se produce la unión mística entre ambos.



Swami Vivekananda



7.
Yoga de la Acción (Karma Yoga)

El texto clásico sobre esta forma de yoga es la Bhagavadgītā. Los principios fundamentales del yoga de la acción son los siguientes: La acción que se realiza para satisfacer deseos ata a la existencia limitada. El karma yoga consiste en dejar de actuar por satisfacer deseos (renuncia) y actuar desinteresadamente; es decir, en actuar por cumplir el propio dharma (deber) familiar, social y laboral lo mejor posible, pero sin estar obsesionado por los resultados, que no están en nuestras manos. La acción yóguica es eficaz y desapegada y se caracteriza por la cualidad del equilibrio (sattva).
Las otras formas de actuar que no son yóguicas son la acción apegada caracterizada por la pasión (rajas) y la acción perezosa caracterizada por la pasividad (tamas).

El yoga de la acción solo puede practicarse basándolo en el yoga del conocimiento (es decir, en la conciencia de que «yo soy el ātman inmutable, que no actúa ni padece»), en el yoga de la concentración (acción atenta, plenamente concentrada) o en el yoga de la devoción (en la fe de que todo lo hace Dios y yo soy un mero instrumento en sus manos; o también en la realización de acciones como adoración a Dios).

8. El Yoga Contemporáneo

a) Como camino espiritual

El yoga contemporáneo se inicia con Śrī Rāmakṛṣṇa (1836-1886), sacerdote de un templo de la diosa Kali en Calcuta. La intensidad de su devoción a la diosa le hizo tener frecuentes éxtasis e incluso ser tenido por loco. Experimentó con distintos caminos espirituales, tanto hinduistas (Tantra, Vaiṣṇavismo, Vedānta) como no hinduistas (islam, cristianismo), y comprobó que todos ellos llevaban al mismo estado. Eso le hizo llegar a la convicción de que todas las religiones y caminos espirituales pueden llevar a la santidad y la Liberación.
Su discípulo Svāmī Vivekānanda (1862-1902), culto y de familia acomodada, asumió el Hinduismo abierto de su maestro y lo combinó con la influencia de Occidente, creando de ese modo el «neohinduismo» o «neovedānta», en el que se unen la racionalidad occidental con la espiritualidad india tradicional. Su propuesta tuvo un gran éxito en el Parlamento de las Religiones de Chicago de 1893 y en el mundo en general, lo que dio lugar al llamado «Renacimiento Hindú».
Con Vivekānanda pasó a primer término la idea tan extendida en el Hinduismo contemporáneo de que la visión de la Divinidad en todos los seres debe expresarse en el amor al prójimo y el servicio desinteresado, que de esa manera se convertiría en la mejor manera de adorar a Dios y de purificar la mente.

Fue uno de los primeros en hablar de los tres / cuatro yogas (acción, devoción, conocimiento / concentración) y en proponer una práctica combinada de los diferentes caminos, predominando uno de ellos según el temperamento del aspirante. Creó la Ramakrishna Mission, dedicada a la difusión del conocimiento espiritual y la acción humanitaria. Su influencia en el Hinduismo y el yoga contemporáneo ha sido inmensa.

Śrī Aurobindo (1872-1950) fue una persona con una gran formación académica. Empezó siendo un político independentista, lo que le llevó a la cárcel. Después se retiró en Pondicherry (India francesa) para dedicarse al yoga y la filosofía. En su obra La Vida Divina expuso un gran sistema filosófico en el que describía la evolución del universo como un camino de retorno hacia una Unidad original perdida.
Este proceso se aceleraría por medio del «yoga integral», en que proponía una combinación de los cuatro yogas de Vivekānanda con el tantra. La meta de la vida no sería solo la Liberación individual sino, más allá de ella, la divinización del mundo, que no concibe como en último término ilusorio, como afirma el Advaita Vedānta, sino como real.

Ramaṇa Mahāṛṣi (1879-1950): A los diecisiete años de edad tuvo una experiencia de la mortalidad del cuerpo que le permitió desidentificarse de él e iniciar una época de práctica espiritual intensiva que culminó en su Liberación. Para ello se retiró a la montaña sagrada de Arunáchala, donde vivió el resto de su vida. Ramana es el representante más conocido del yoga del conocimiento en el siglo XX.
La práctica que proponía era la autoindagación: reflexionar críticamente sobre la pregunta «quién soy yo» y abrirse a la respuesta que surja del interior.

Paramahaṃsa Yogānanda (1893-1952) fue un yogui que se instaló en Estados Unidos en1920, año en que también fundó la Self-Realization Fellowship, que después se extendió por todo el mundo. En 1946 escribió la popularísima Autobiografía de un yogui, en la que se combina la espiritualidad más profunda con muchos fenómenos paranormales y sucesos esotéricos que en ocasiones pueden parecer, quizá, demasiado imaginativos. En su enseñanza ocupa un lugar importante el kriyā yoga: ejercicios tántricos de respiración y meditación.

Swāmī Śivānanda (1887-1963): Después de trabajar como sanitario en Malasia, se hizo renunciante y se retiró a Rishikesh, en el Himalaya, donde se dedicó a la práctica espiritual y el servicio desinteresado. Tras alcanzar la Liberación alrededor de 1930, fundó la Divine Life Society. Lo que propone es un «yoga de la síntesis» que combina los cuatro yogas principales con el haṭha yoga.

El maestro del estanquero de Bombay Nisargadatta Mahārāj (1897-1981) le explicó que él era el Brahman. Nisargadatta le creyó y desde entonces se dedicó a recordarlo continuamente. Tras tres años de práctica espiritual intensiva, alcanzó la Liberación. Su enseñanza es una brillante versión del yoga del conocimiento que se recoge especialmente en el ya clásico Yo soy Eso: una recopilación de sus conversaciones con las personas que acudían a visitarle.

Anandamayī Mā (1896-1982) es la maestra india femenina contemporánea más conocida. No tuvo maestro ni realizó una práctica espiritual explícita, pero se inició a sí misma y alcanzó la conciencia de su identidad con el Todo. Se presentaba como la «hija» de todos (la mayor parte de las maestras adoptan, por el contrario, una actitud de madre ante sus discípulos), y enseñaba una combinación de sabiduría adualista y devoción.

Swāmī Muktānanda (1908-1982) describió todo su recorrido espiritual en El juego dela Conciencia. Llamó a su enseñanza, muy influida por el adualismo tántrico del Śaivismo de Cachemira, Siddha Yoga.

Mātā Amṛtānandamayī (Ammā) nació en Kérala en 1953. Desde pequeña demostró una gran devoción y compasión por todos los seres. En la adolescencia alcanzó la Liberación y desde entonces se dedica a servir a la humanidad. Es muy popular por la bendición en forma de abrazo que ofrece a todos los que acuden a ella, que se cuentan por decenas de millones. Pero además es una maestra espiritual con muchos discípulos y āśrams (centros espirituales) y la promotora de una ingente obra social.

b) El Yoga «Moderno»

Desde principios del siglo XX empezó a existir lo que actualmente solemos llamar «yoga» y que para simplificar voy a llamar «yoga moderno», es decir: las «clases de yoga» colectivas impartidas por «profesores» de yoga. Este nuevo yoga consiste en ejercicios que combinan algunas técnicas físicas y mentales del yoga tradicional con la gimnasia india y occidental, y puede practicarse con finalidad espiritual—es decir, vinculado al yoga tradicional—, o sin ella—es decir, buscando tan solo mejorar la forma o el aspecto físico y la salud física y mental, tanto preventiva como terapéuticamente—.

Se discute si es correcto llamar «yoga» a esta nueva disciplina, dadas sus grandes diferencias con el yoga tradicional; pero es una denominación que se ha impuesto, y de hecho es lo que mayoritariamente hoy se conoce como «yoga».



B. K. S. Iyengar



Entre los iniciadores del yoga moderno se encuentran:

Shri Yogendra (1897-1989), que en 1918 fundó en Bombay «The Yoga Institute», el primer «centro de yoga», en el que empezó a popularizar las «clases» de yoga, y que en 1919 viajó a Estados Unidos, aunque todavía sin gran éxito. Y Svāmī Kuvalayānanda (1883 -1966), que en 1920 empezó a realizar investigaciones científicas sobre los efectos de las prácticas yóguicas y en 1924 fundó el instituto Kaivalyadhama (en Lonavla, cerca de Bombay), que desde entonces se ha dedicado a la enseñanza y la investigación científica sobre el yoga.
Pero el profesor de «yoga moderno» más influyente ha sido Tirumalai Krishnamacharya (1888 -1989). Era un erudito, yogui y médico ayurvédico que fue contratado como profesor de yoga en el palacio del Mahārāja de Mysore desde 1926. En1933 creó en ese palacio el Yogashala («sala de yoga»). Dificultades económicas hicieron que en 1952 se instalara definitivamente en Chennai. Su enseñanza acabó caracterizándose por el cuidado con que la adaptaba a cada individuo, por no tratarse tanto de āsanas (posturas) como de vinyāsas (movimientos) acompañados de respiración y por la importancia que concedía al canto védico y al estudio de los Yogasūtras como complemento de las prácticas físicas. Pero lo que le convierte en el verdadero «abuelo» del yoga moderno es que varios de sus discípulos han acabado siendo influyentes profesores de yoga conocidos internacionalmente. Solo vamos a mencionar a tres:

Pattabhi Jois (1915 -2009) estudió con Krishnamacharya a partir de 1927. En 1948 creó su propio centro en Mysore. El estilo de yoga que enseña se llama Aṣṭāṅga Vinyāsa Yoga y se caracteriza por series fijas de movimientos, realizadas respirando en ujjāyi (con la glotis semicerrada), con bandas (contracciones musculares), mantras y la mirada enfocada en direcciones determinadas. La práctica se realiza individualmente con supervisión del profesor. Es una forma muy dinámica de yoga, que Krishnamacharya enseñó a Pattabhi Jois y a otros jóvenes a los que daba clase en aquellos años pero que quizá no sea adecuada para todo el mundo, por el riesgo de lesiones que conlleva.

B. S. K. Iyengar, nacido en 1918, ha acabado convirtiéndose en el profesor de yoga más conocido internacionalmente. Estudió con Krishnamacharya algún tiempo a partir de 1933, pero dice que aprendió sobre todo a partir de su propia práctica. En 1937 empezó a dar clases en Pune, cerca de Bombay. Empezó a ser conocido en Occidente desde los años cincuenta del siglo pasado. En 1966 publicó su primer libro, el popular Luz sobre el Yoga. Su estilo de yoga se caracteriza por una minuciosa práctica de āsanas.

T. K. V. Desikachar nació en 1938 y es hijo de Krishnamacharya. Empezó a estudiar yoga con su padre desde los años sesenta hasta el final de la vida de este, por lo cual se le puede considerar el más fiel representante de su enseñanza definitiva. En 1976 fundó el «Krishnamacharya Yoga Mandiram» (Chennai). A su estilo de yoga se le llama en ocasiones Viniyoga, término que significa «aplicación», por insistir en la necesidad de adaptar las técnicas a las características individuales de cada alumno o paciente.

Otra importante tradición de yoga moderno es la originada en el ya mencionado Svāmī Śivānanda, que publicó su libro Hatha Yoga en 1939 y cuyo enfoque de la práctica de yoga no es meramente «higiénico» (salud física y mental) sino plenamente espiritual.
En los años cuarenta empezaron a llegar a su āśram unos cuantos aspirantes espirituales que acabaron siendo conocidos maestros de yoga. Cada uno de ellos adaptó a su manera el «yoga de la síntesis» de su maestro.

Apéndice: El «Yoga Iyengar»

El «Yoga Iyengar» es uno de los estilos de yoga postural moderno más difundidos. Su nombre se debe a que fue creado por B. K. S. Iyengar (1918 -2014), quizá el más conocido profesor de esa clase de yoga.

B. K. S. Iyengar Bellur Krishnamachar Sundaraya Iyengar nació en Bellur (Karnátaka, India) en 1918, en una familia de la secta hindú Shriváishnava, a la que permaneció fiel toda su vida. Una hermana mayor se casó con Tirumulai Krishnamacharya (1888 -1989), el «padre del yoga moderno», e Iyengar se fue a vivir con ellos en 1934 para intentar mejorar su precaria salud por la práctica de yoga.
En esos momentos, Krishnamacharya daba clases de yoga en Mysore influido por lo que había visto en los pioneros institutos de yoga de Bombay y Lonavla. Al parecer, aunque su cuñado le dio muy pocas clases y lo trató con gran dureza, Iyengar acabó recuperando la salud y a partir de ese momento dedicó su vida a la práctica y la enseñanza de yoga. En 1937 se fue a vivir a Pune, donde siguió experimentando y enseñando. Durante esos años recibió la influencia de maestros como Swami Shivananda y Krishnamurti.
En 1952 dio clase al violinista Yehudi Menuhin, que en 1954 lo llevó por primera vez fuera de la India y a partir de ese momento su estilo de yoga empezó a difundirse por Occidente.
En 1975 fundó en Pune el Ramamani Iyengar Memorial Yoga Institute (RIMYI), en memoria de su difunta esposa Ramamani. En 1984 se retiró oficialmente de la enseñanza, aunque siguió muy activo y presente en el Instituto, practicando yoga hasta una edad muy avanzada. Lo sustituyeron al frente del Instituto sus hijos Geeta y Prashant.

En estas últimas décadas la práctica de yoga Iyengar se ha ido institucionalizando, lo que ha dado lugar a una organización internacional centrada en el RIMYI de Pune.

Además de en sus clases, Iyengar expuso los principios de la forma de yoga que preconizaba en una docena de libros, los más importantes de los cuales son Light on Yoga (1966), Light on Pranayama (1981) y Light on theYogasutras of Patañjali (1993).

Las principales características del yoga de Iyengar son las siguientes:

1) Ásana yoga: La práctica esencial y prácticamente única del yoga de Iyengar son los ásanas (posturas). Se enseñan otras técnicas —como el pranayama (control de la respiración)—, pero muy limitadamente porque Iyengar pensaba que la práctica correcta de ásanas incluía las ocho etapas del yoga clásico y era, por tanto, una práctica completa en sí misma.

2) Precisión: Los ásanas enseñados por Iyengar son los tradicionales del hatha yoga (yoga físico), pero en este estilo se subraya la importancia de realizarlos con un alineamiento perfecto de los músculos, los huesos y las articulaciones. La precisión técnica y anatómica ha permitido que esta forma de yoga se emplee como yoga terapéutico en sesiones individuales para curar algunas dolencias.

3) Accesorios: Se utiliza accesorios —como cuerdas atadas a la pared, ladrillos de madera, colchonetas, sillas, mantas, almohadones cilíndricos, correas, etc.— para facilitar la ejecución de los ásanas. La presencia de estos accesorios da un aspecto muy característico e inconfundible a un espacio en el que se enseñe esta forma de yoga.

4) Disciplina: El estilo de enseñanza es muy disciplinado, duro, algunos dicen que incluso «feroz» o «militar». Se supone que el aprendizaje de ásanas debe implicar un elevado grado de esfuerzo, sudor y hasta dolor físico. Un aula de yoga Iyengar en Pune estaba presidida por el lema: No pain no gain («Sin dolor no hay beneficio»).

Fuente:
Extracto del artículo "Historia del Yoga", de Javier Ruiz Calderón.

Javier Ruiz Calderón.Con una larga trayectoria en el estudio, la práctica del Yoga, el Vedanta y la meditación, la publicación de libros y numerosos artículos además de la práctica de la docencia, es doctor en Filosofía especializado en el pensamiento de Asia y Filosofía de la Religión, y profesor en la Universidad Pontificia Comillas (Madrid).